“Llegó a lo más alto de su carrera y se convirtió en uno estúpido arrogante y soberbio”.
Frases como la anterior suelen ser muy frecuentes cuando tratando con alguien observamos que rezuma una prepotencia insoportable. Creo no equivocarme, porque abundan tanto los insatisfechos, que tienen que ir blandiendo lo importantes que son, no sólo en el ámbito laboral sino también por el grupo social al que pertenecen o con el que se relacionan, por el lugar en el que viven, por su formación académica, títulos o cualidades que le convierten en un ser distinto y superior a los demás.
Son aquellos que acostumbran a ver a más de medio mundo por encima del hombro, por no decir a todo el mundo, porque resulta difícil de imaginar que alguien no pueda ver en sus semejantes alguien superior a él por cualidades que no posee, aunque quizá en este caso la palabra `semejante´ no sea la apropiada para referirnos a los demás, pues en cierto modo supone para tales insufribles personas reconocer que existen otros parecidos a él o con cualidades muy a la par, lo que les convierte en seres comunes o normales, cuando ellos se sienten muy por encima.
Tampoco resulta apropiado que vayamos por la vida tirando de nosotros mismos para abajo, sin reconocer nuestras cualidades, porque una cosa es ir por la vida de `súper´ y otra tener la humildad suficiente, entendida como la capacidad de reconocer nuestras limitaciones y debilidades y, en consecuencia, actuar con los pies en el suelo y siempre con respeto a los demás, lo cual, en definitiva, no deja de ser la actitud más inteligente sino queremos quedar en evidencia ante alguien que nos pueda cortar nuestros altos vuelos ante la impertinencia de considerarnos seres superiores o exclusivos, porque la grandeza de las personas no consiste en una posición destacada, sino en todo lo contrario, es decir, en rechazar esa posición.
Como dijo Confucio: “la humildad es el sólido fundamento de todas la virtudes”, pues entonces, lo apropiado es saber o aprender a valorar hasta dónde llegan objetivamente nuestras cualidades, habida cuenta que, lo contrario, convertiría nuestra actitud en una falsa humildad.
Así explica el escritor Screwtape la falsa humildad: “Debes por lo tanto intentar ocultar de la paciencia el verdadero fin de la humildad. Deja que sea visto como un olvido propio pero también como una especie de opinión (más específicamente, una opinión baja) de los muchos talentos y habilidades que poseemos… Por medio de este método, miles de humanos han sido traídos a pensar que la humildad es como una mujer bonita intentando pensar que es fea o un hombre listo intentando creer que es un tonto…”; siendo preferible que “el hombre piense en sí mismo como un gran arquitecto o un gran poeta que luego se olvida de ello, en lugar de que éste pase mucho tiempo y padezca muchos sufrimientos tratando de verse a sí mismo como el malo”
También debemos reconocer que nuestra excesiva perfección pueden convertir nuestra propia obra en nuestra losa, por la soberbia de creernos superiores moralmente a los demás.
Hay demasiadas personas que sobrevaloran lo que no son e infravaloran lo que son, cuando en realidad, somos lo que somos, de manera que lo más apropiado es reconocer que somos el fruto de nuestra vida, de nuestro esfuerzo, de nuestro trabajo, incluso de nuestros errores, para bien y para mal; y si de lo que se trata es que los demás nos valoren conforme a nuestras cualidades no hay mejor método que actuar con naturalidad, poniéndolas en práctica, de manera que, si tanto nos importa ese juicio externo sobre nuestro recto proceder, dejémoslos que nos juzguen por nuestra acciones, sin pavoneo por nuestra parte. De manera que, ser humildes implica aceptar que, aunque podemos destacar en algunas cosas, fallamos en otras, por lo que no somos mejores ni peores que los demás.
No sé si resulta cómico o, por el contrario, patético, observar a ciertas personas que imponen su -yo- sobre los demás, aunque, tal vez, por su patetismo al final resultan grotescos. Con esto me quedo, porque prefiero reírme que sentir vergüenza ajena por lo estupidez de ciertos humanos.
Menos mal que, a veces, sólo a veces, nos encontramos con esos insufribles especímenes, patéticos personajes que convierten en patéticas sus actuaciones.
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