Unos sonidos sordos, a intervalos casi iguales, con gemidos de dolor al final de cada uno de ellos, respiración entrecortada y arrítmica provocada por el cansancio. Una y otra vez, casi cinco minutos de duración, seguido de otros tantos de silencio tras el cese de su respirar jadeante.
Abrió la puerta de la habitación donde se encontraba, sudoroso, con gesto de dolor, con un rosario dentro del puño de su mano derecha, sobresaliendo su crucifijo y algunas de sus cuentas.
Su vida estaba planificada desde al alba hasta la noche, estudio y oración, nada parecida a la de cualquier otra adolescente, ora et labora, reza y trabaja, una vida de vocación y entrega a Dios a través del trabajo extramuros, lejos de la concepción de la Orden Benedictina o de los Jesuitas de búsqueda de la santidad, sin necesidad de hábitos o sotanas.
Tras la puerta medio abierta puede leerse la “marca” de su vocación, “Opus Dei”, en la foto en blanco y negro con un marco plateado encima de su mesilla de noche del Santo José María Escrivá de Balaguer, con una pequeña estampa de la Virgen en una de sus esquinas, además de un pequeño libro de bolsillo de tapas blandas desgastadas por el uso, pero que aún deja ver su título: “Camino” , además de un frasco de plástico medio vacío de color azul traslucido, cuyo contenido se identifica en una etiqueta pegada:“agua bendita”.
Se metió en el aseo para darse una ducha con agua fría, lo hacía todos los días del año después de su mortificación de las siete de la mañana golpeándose sus nalgas y espalda con unas cuerdas entrelazadas llenas de nudos que provocaban gotas de sangre que teñían el agua que se encaminaba al desagüe, todo ello instrumento de lucha contra el pecado y manifestación de su reciedumbre y lucha contra el mal, a la vez que pronunciaba incesantemente la frase: “Sé recio. -Sé viril. -Sé hombre. -Y después… sé ángel” sacada de ese libro de su mesilla.
Su humildad forzada confrontaba con la soberbia espiritual de quien se siente en el camino correcto en un mundo manchado no sólo por el pecado original sino por el culto diario al diablo sucumbiendo a sus tentaciones, hasta que un día, después de varios años, con inicio en su adolescencia, cayó en la necesidad de cuestionarse su entregada vida a un Dios necesitado del sacrificio continuo como forma de expiar los pecados mundanos, en definitiva de un dios tirano, o peor aún una deidad sometida o entregada al chantaje de los seres humanos en busca del perdón sólo por el hecho de vivir y equivocarse, pues ¿qué son los pecados?, se preguntaba, más que una manifestación de nuestra debilidad, inherente a nuestra propia naturaleza que las religiones, desde una superioridad moral condenan, no por el daño inferido a nuestros congéneres, sino por la ofensa a Dios. ¿Pero, se puede sentir ofendido Dios por el resultado de su creación?.
Tales planteamientos le llevaron a un camino tortuoso de rechazo a todo lo que ese dios tirano prefabricado por la religión significaba, un camino que algunos denominan de crisis existencial, que le duró media vida.
Actualmente se encuentra en un camino de observación continua, de búsqueda de esa luz diaria que ilumine su vida, de la estrella que le marque el camino, y de apertura a un mundo exterior donde los hombres no necesitan convertirse en superhéroes ni en Santos en vida para alcanzar favores divinos, donde el libre albedrío sea sólo la opción de amar a tus semejantes y no permanecer inmerso en santas cruzadas de imposición moral; explorando el mundo con la prudencia de saber volver al camino de rectitud que a veces se abandona por influencia de nuestro ego.
Así me lo contó mi amigo, mi hermano, y así he aprendido a sacar provecho y aprender hasta de mis propios errores, y sobre todo de estar más en armonía conmigo y con los demás, y así te lo cuento, cogiendo palomas al vuelo corriendo a ras del suelo, como dice la canción de Mecano, y porque prefiero ver el arcoiris en vez de los rayos justicieros de un dios, con minúsculas, como faraón que somete a su pueblo.