Cuatrocientas toneladas de pajaro se posaron en Barajas con la misma parsimonia que un jilguero, cede del tallo la semilla que lo alimenta.
En el estómago de la falsa ave se dejaba llevar Alberto, el último inquilino de un lugar que sólo se reflejaba en los espejos; tan irreal o tan real como él quisiera escribir en su nívea mente.
Yo, estaba en casa escribiendo letras sin sentido y maldiciendo aquella vez en la que, por un momento, reconocí en la sombra el silencioso vuelo de la ciega muerte que no mira a quien se lleva de jarana.
La T-Uno es la otra orilla de la laguna Estigia; allí llegan todos los que han olvidado, los felices y los jóvenes que escriben los primeros episodios de una obra inconclusa.
Yo estaba en casa escribiendo letras sin sentido; y en la tinta, todos los bolígrafos me juraron lealtad; y el futuro quebró sus coordenadas para prostituirse delante de un autógrafo de Dios.
Todo quedó reducido a cenizas, salvo Alberto, que subido a una desviación estándar, había resuelto el problema de la inexistencia.