Hay cosas que no se dicen porque está mal visto decirlas. ¿Por quién?
Por aquellos más interesados en una mentira redentora que en una verdad triste y desarmante. Por aquellos cuyo discurso necesita imprescindiblemente de ciertos maquillajes históricos para ser más modernos, más avanzados o más progres. En realidad para ocultar la mediocridad de un discurso difícilmente asumible.
Hoy hace ochenta años que se vivió el penúltimo capítulo de un enfrentamiento entre dos Españas que lleva más de mil años produciéndose. De un conflicto que a día de hoy seguimos sin ser capaces de cerrar y superar porque estamos más interesados en lo que nos separa que en lo que nos une.
Porque ochenta años después seguimos identificando los bandos como buenos y malos con un simplismo descorazonador y culpable. Porque no han bastado ochenta años, ni ochocientos, ni me temo que bastarían otros ocho mil, para que el rencor acumulado, el revanchismo permanente, el odio visceral que destilamos ante ciertos temas permitieran una convivencia basada en el respeto a las ideas ajenas. O sea, una convivencia.
“Los partidos políticos, están más interesados en el enfrentamiento que en solucionar los problemas reales”
Una izquierda rancia, caduca, desfasada, parece tener como principal objetivo ganar una guerra que empezó hace ochenta años, y de la que fue parcial y directamente culpable con sus actitudes; y que perdió hace setenta y siete, clamando revancha contra aquellos que ellos bautizan herederos de aquellos golpistas que ni entonces tuvieron razón ni hoy podrían sostenerla. Una izquierda elitista y encerrada en sí misma que cada vez que coge esta bandera es derrotada en las urnas por una mayoría de población que clama por alguien que asuma sus necesidades, sus planteamientos y dejar atrás a los moros , a los cristianos, a los carlistas, a los liberales, a los absolutistas, a los franquistas y al Frente Popular, porque eso ya no toca. Ya no importa por más que muchos sigan intentando removerlo.
Y la derecha de este país, parcialmente heredera de aquella que promovió un levantamiento ilegal y sangriento, la derechona de toda la vida -salvajemente capitalista, irredentamente clasista e insolidaria- se frota las manos viendo como sus contrarios la hacen el trabajo sucio. Como recibe el apoyo que en ningún caso es suyo, pero que los otros dilapidan con sus actitudes revisionistas y frustradas, porque tampoco es de ellos.
España no es un país en el que todos los ciudadanos tengamos una inamovible posición política, un país de afiliados seguidistas. La mayoría de los españoles, como la mayoría de los habitantes de los países avanzados, no comulgamos con ideologías cerradas ni con ciertas posturas minoritarias que se pretenden colar al albur de las mismas. La mayoría de los españoles queremos progreso y convivencia, paz y estabilidad.
Todavía hay gente que no ha entendido, que no ha asumido, que su mensaje no ha sido comprado por muchos porque las consecuencias ya las han vivido. O las han estudiado. O ambas cosas. Nadie quiere vivir una nueva guerra. Nadie, que no sea político o revanchista, quiere volver a ver las familias divididas y diezmadas, los campos y las ciudades arrasados, la muerte como valor en alza. Todavía hay gente que no ha entendido que el mensaje radical no es compartido por la mayoría de los ciudadanos, sean “putos viejos” o simplemente personas que piensan por sí mismas.
No, lo importante para ellos no es el paro; lo importante no es la paz; lo importante no son la estabilidad y la convivencia. Lo importante es quitar los nombres de unos para poner los de otros, que serán cambiados después por los de otros más y quién sabe si en algún momento otra vez por los de unos. Y la mayoría silenciosa y sufriente, la mayoría harta de estupideces y revanchismos, no queremos que dentro de ochenta años y por culpa de unos nefastos, irresponsable e insufribles políticos y su afán de poder, tengamos que recordar otra efeméride de muerte y pobreza, de miseria moral, social y económica.
Españolito que vienes al mundo, ni dios te va a guardar.