EL BACÍN IDEOLÓGICO

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“Si no quieres perderte en el olvido tan pronto como estés muerto y corrompido, escribe cosas dignas de leerse, o haz cosas dignas de escribirse.”

Del libro Cameron. Cristóbal Terrer Mota
 

 

Recuerdo mis inicios en esto de intentar comunicar a los demás lo que pasaba por mi cabeza. Recuerdo mi excesiva pulsión encaminada a satisfacer la tensión interna provocada por un mundo del revés. Recuerdo mi beligerancia cual guerrero contra un sistema que no nunca, aún en el presente, me ha satisfecho.. Mordaz hasta el hastío que me llevó a sentirme peor de lo que estaba.

Y, es que resulta muy difícil escribir bien y, más aún, sentirte herido por el mundo y no perder la cabeza por el excesivo dominio del corazón, o peor aún, de las vísceras, que me  han llevado en ocasiones, y todavía me llevan a perder la razón aún pudiéndola tener. Es por ello, que resulta  importante  establecer un  límite en nuestra manera de manifestar cualquier pensamiento, idea u opinión, no sólo en el respeto a la opinión contraria, sino en utilizar las palabras adecuadas sin llegar al insulto o a la descalificación, máxime cuando nuestra opinión lo es en confrontación con otros grupos de opinión contrarios a nuestro parecer. Además de resaltar la importancia que adquiere escuchar atentamente a nuestro interlocutor, guardando los silencios y pausas necesarias, amen de citar las fuentes en que basamos nuestros argumentos, lo que nos lleva finalmente a distinguir entre una simple y monótona y, quizá, exaltada verborrea o empleo excesivo de palabras, y  la elocuencia, como la facultad de hablar bien con fluidez, propiedad y de manera efectiva para convencer a quien escucha con la suficiente fuerza expresiva, que no sólo nos llevará a evitar agotar a quienes nos escuchan, sino peor aún, a que se nos minusvalore o desprecie nuestra opinión como vulgares charlatanes.

 

El poder de la oratoria es inmenso, aportando la retorica importantes beneficios en nuestra comunicación, como es la construcción de un discurso adecuado para alcanzar el fin último que buscamos en la manifestación de nuestras opiniones que, no es otro, que el convencer a los demás, o lo más importante, persuadir, convirtiéndonos a la larga, en referentes en el área dentro de la cual tiene cabida el objeto de nuestro discurso, lo que finalmente va a contribuir a nuestro crecimiento personal, mediante el autocontrol y uso idóneo y proporcionado  de la palabra, aportándonos seguridad al hablar y aumento de nuestra autoestima, además del incremento de nuestros conocimientos y estimulación de nuestro pensamiento crítico, no sólo como mera oposición al criterio contrario para nuestro lucimiento personal, sino mediante por el uso argumentos fundamentados.

También la retórica se puede trasladar a la expresión escrita, no sólo mediante el uso de fórmulas que permiten utilizar palabras fuera de sus usos convencionales que nos van a permitir dotar nuestros relatos de mayor expresividad, como son la hipérbole, consistente en aumentar o disminuir el exceso cualquier expresión, la personificación, que nos lleva a dotar de personalidad objetos o conceptos abstractos, la metáfora como uso figurado del lenguaje y el hipérbato como alteración del orden natural de las palabras.

Pero, además del uso de tales fórmulas, en nuestra expresión escrita, sobre todo cuando se trata de escritos de opinión, y más en aquellos casos en los que se pretende la calificación como ensayo de  nuestro trabajo, en su pretensión de explorar, analizar, interpretar o evaluar un tema, debemos tener un inmenso cuidado en las descalificaciones personales, no sólo de quienes como nosotros han estudiado el tema sobre el que escribimos, para resaltar nuestra maestría, sino también en la referencia a los sujetos analizados, evitando caer en la vulgaridad de postergar la razón por nuestra ofuscación en el trato emocional de cualquier tema, donde nuestras vísceras llegan a dominar nuestro cerebro. Alteración de nuestra expresión en la que es muy fácil caer máxime en los tiempos que corren donde los pensamientos, ideas y opiniones cada vez están más polarizados, lo que nos puede llevar a tomar partido en un bando determinado, cuando no hay necesidad de tomarlo y, si lo tomamos, sea con el criterio suficiente razonado y con el respeto debido, el mismo que exigimos para nosotros mismos por quienes rebatan nuestra forma de proceder.

Como en todas las facetas de la vida no hay peor argumento que erigirnos en jueces implacables de los demás, elevando nuestra opinión muy por encima de la de los otros, considerando nuestro yo como una referencia universal, algo muy propio de las ideologías y sus fanatismos, porque como todos sabemos, polarizar nuestra opinión supone dejar de lado una infinidad de matices de todos los colores, más allá de los blancos y negros, rojos o azules; pues al final nuestra opinión va a depender de las fuentes utilizadas, de nuestro sesgo cognitivo, de nuestra educación y, de un sinfín de elementos personales que inevitablemente van a dar forma a cualquier información una vez la procesamos en nuestro cerebro, lo que se traduce en una percepción personal de cuanto nos rodea que nos debe llevar a la prudencia en su manifestación externa.

Cuantas personas, auto proclamadas salvadores de patrias, religiones o posicionamientos ideológicos, incluso filosóficos, de cualquier tipo, pierden la razón, no sólo por no expresarla de manera adecuada, sino porque convierte el medio en el que se expresan y encauzan su pensamiento en un escupidero de cuanta inquina llevan dentro.

En definitiva, lo que nos va a hacer diferentes y atractivos a los demás, no son los exabruptos por muy necesitados que estemos de ellos, cuando lo que percibimos en nuestro entorno, en nuestras sociedades, es una provocación continua, porque con ello no estamos más que poniéndonos a la altura de ciertos elementos subversivos: políticos, intelectuales, pretendidos maestros o sabios, santurrones y, un largo etcétera; seres indeseables  que viven de la provocación. De nosotros depende entrarles al trapo cual toros de miura o contribuir a transformar nuestro entorno, porque no debemos olvidar que la violencia, cualquier tipo de violencia,incluso la verbal,  sólo va a generar más violencia, y así sólo contribuiremos a encender nuevas mechas explosivas, que poco o nada difieren de las que aquellos encienden cada día.

 

fotocomposición plazabierta.com

Y, terminando con los recuerdos, igual que empecé, sólo me resta decir, que enajenado en mi lucha contra gigantes me di cuenta que el mundo no cambiaba, escéptico me exilie en mi habitación y la locura me hizo perder aún más la razón, hasta que llegue al convencimiento que el que tenía que cambiar era yo mismo… y comprendí que  si importante son nuestras palabras, más lo son nuestras acciones, que el mundo es lo que es, no por culpa de los ególatras que lo gobiernan, sino del pueblo que los elige, que las calles arden por los enajenados que abandonan la razón, que los hay empeñados en destruir en vez de construir, enemistar en vez de buscar lazos de unión, que el mundo esta lleno de locos, pero también de cuerdos, que igual que existe el bien existe el mal, pero que desde que lucho porque mi mundo este en paz me encuentro más feliz y satisfecho, y que tengo dos manos para dárselas a dos personas, quizá si estos ofrecen la suyas la cadena de unión se haga más grande, con eso sueño.

 

1 COMENTARIO

  1. Muy buenas reflexiones de Feliciano Morales, la autocrítica sigue siendo la base para mejorar el aprendizaje. Utilizaré tus consejos para alejar ese demonio que todos llevamos dentro.

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