Me engaño. Creo que nada me preocupa, pero es solamente otro sucio juego de mi mente. Siempre hay preocupaciones, por pequeñas que sean. Está el que me preocupe de la diferencia de intereses. Sobre todo, la diferencia de sentimientos. La diferencia de sentimientos quita el sueño.
Sí. Esa es una de las razones, seguro. Los sentimientos son de otro mundo, no se pueden intentar comprender. No merece la pena gastar energía en ello. Y otra vez me estoy intentando autoengañar para poder dormir tranquilo. Puta conciencia. Que me diga lo que tengo que hacer de una vez. Me aburre. Me río de las preocupaciones de los demás porque me parecen absurdas. Como si las mías tuvieran algún tipo de superioridad. Qué imbécil.
Despierto. Desayuno. Me ducho. Me visto. Voy al trabajo. Doy una cara que no tengo, trabajo tratando con personas. Teniendo que tratar bien a personas que dudo que alguna vez hayan hecho algo para merecerlo. Y seguro que cada vez serán peores. Creo que el paso del tiempo nos hace peores. Es preocupante. Así que bueno, un día más de trabajo, lleno de falsas sonrisas, falsos agradecimientos, falsos halagos. Falso todo. Igual de falso que el dinero por lo que cambio mi tiempo. Trabajo, lo llaman. Una farsa para mantenerte entretenido, para que creas que estás sirviendo para algo, que estás produciendo algo. Para impedirte pensar, al menos durante un rato a lo largo del día. Para que consigas algo que creas que tiene valor. El dinero no tiene valor. Imagina la mierda que quieren que compres con él…
Llego a casa, con el alma empapada en mierda de los demás. En mierda que la gente se guarda para repartir por doquier. Mierda que ojalá se quitara con una ducha.
Abro la puerta. Me quito los zapatos. Me quito la sucia ropa. Me quiero quitar el cerebro. Pero no puedo, así que lo pongo a funcionar. Intento purgarlo de esa mierda que la ducha no quita. No toda, al menos. Voy hacia el frigorífico, lo abro y saco una cerveza. Me siento en el sofá. Levanto los cojines, pero no está la calma por ahí. Hoy no. Quizá mañana.
“Llego a casa, con el alma empapada en mierda de los demás. En mierda que la gente se guarda para repartir por doquier. Mierda que ojalá se quitara con una ducha.”
Abro la cerveza y doy un largo trago. El primero siempre es el mejor. Cojo el mando y enciendo la televisión. No han pasado cinco minutos y ya la he apagado. Sí, a mí también me engañaron para que comprara una. Soy un imbécil integral, igual que los demás. Nada especial, ya lo tenía asumido. Por eso me compré un ordenador. Con él creí que podría elegir lo que quisiera ver, y así es. Puedo elegir lo que quiero ver en una gama más amplia de lo que la televisión me puede ofrecer, pero es más de lo mismo. Una imbecilidad integral. También tengo un móvil, que hace lo mismo que el ordenador, pero me lo puedo meter en el bolsillo. En fin, me río. Qué le voy a hacer. Soy otra oveja más. Sigo pensando en qué puedo ver, leer, escuchar, para limpiar un poquito mi alma después de otra robótica jornada de trabajo cara al público. Música clásica. La música clásica y la cerveza siempre son una buena combinación. Creo que la calma está llamando a la puerta. Pero no, era una falsa alarma. La música clásica empieza a dejar de llenarme. Voy a por otra cerveza a la que doy otro largo trago y busco un poco de rock. Esa que me removía algo por dentro cuando todavía era joven y decía que no tenía esperanza ninguna, aunque todavía sintiera que algo podría salir bien. Estaba vacía. Siempre lo había estado. Otra cerveza. Comenzaba a sentir algo de sueño. Ese sueño que me engaña para que me vaya a la cama y después me sacude cuando ya estoy dentro para que siga pensando. Así que decido resistirme. Busco algún primer capítulo de alguna serie de las que me recomiendan. Los primeros tienen que ser buenos, no puede ser de otra manera, si los productores de la serie no quieren comerse los mocos. Lo veo con otra cerveza en la mano. Otra más. Nada, otro capítulo más que quiere decirle algo al mundo, algo esperanzador que no me convence. Termino la cerveza y me voy a la ducha. Hoy decido no escuchar música mientras me ducho. Intento ducharme despacio. Primero me jabono el cuerpo. Después la cabeza, intentando masajearme a la vez que me jabono el pelo. Intento despejar la mente. Respirar despacio. Un leve momento de paz atraviesa mi cerebro y me sorprende. No estoy acostumbrado, así que pierdo la concentración. Acabo de una vez de aclararme y salgo de la ducha para secarme, me gusta sentir la diferencia de temperatura que hay detrás de la mampara. Me tomo mi tiempo para secarme. Secarse las piernas con esta cantidad de pelo es aburrido, no acabas nunca. Me pongo ropa interior holgada, cómoda, para dormir a gusto. Pero antes voy al frigorífico a por otra cerveza y algo de comer. Como y bebo mientras leo algo, algo de alguien que he leído muchas veces. A veces creo que le comprendo. Otras muchas no. Pero me engancha. Es algo de lo que nunca te cansas. Leer algo te transporta, te eleva. Te hace dejar de sentir el suelo, la suciedad del alma, la miseria que te escupen los demás.
Me meto en la cama, quedándome con las ganas de volver a leer eso que ya he leído cientos de veces. Pero de alguna forma, me alegra saber que mañana volverá a estar ahí encima, esperándome en la estantería. Lo abriré, me recibirá con su seductor olor, con su sepulcral silencio y con esa fuerza única que hace que pueda soportar que el mundo vuelva a ensuciarme el alma mañana.
Despierto. Tras lo que parecen veintitrés millones de vueltas en la cama. Esperando el momento de volver a encontrarme con mi viejo amigo que espera en la estantería.
El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco.