Aviso a navegantes: en el presente artículo voy a presentar mis opiniones sobre las próximas elecciones de los EE.UU. con el fin de invitar a la reflexión sobre ciertos aspectos que creo que se están pasando por alto. Es decir: no me hagáis demasiado caso.
En los últimos meses hemos podido seguir el hilo del esperpento que se está viviendo al otro lado del charco. Aunque la cobertura mediática no ha sido tan constante como con otras temáticas, al menos una vez cada dos días podíamos ver en nuestros noticiarios algún breve apunte sobre las elecciones norteamericanas. O, más que sobre las elecciones, sobre uno de los candidatos: Donald Trump. No voy a repetir aquí quien es, de donde viene, que ha hecho o dicho, etcétera; no haría más que repetir cuestiones que, en general, son ya de dominio público. Pero hay algo que me sorprende sobre su figura que quisiera resaltar: posiblemente no haya un candidato a la presidencia de un gobierno (en los últimos años a lo largo y ancho del globo) que haya generado tanta animadversión como Trump. Y no sólo eso: dudo que haya habido un candidato a que se le haya intentado boicotear más desde prácticamente todos los sectores. ¿A qué me refiero?
“Pero hay algo que me sorprende sobre su figura que quisiera resaltar: posiblemente no haya un candidato a la presidencia de un gobierno (en los últimos años a lo largo y ancho del globo) que haya generado tanta animadversión como Trump. Y no sólo eso: dudo que haya habido un candidato a que se le haya intentado boicotear más desde prácticamente todos los sectores”
Póngase usted en el lugar de una ciudadana o un ciudadano de Norteamérica: de clase media venida a menos, que vive en esos suburbios descritos por Vicente Verdú en “El planeta americano“; ciudadanos que han visto frustradas sus aspiraciones en el marco de una economía altamente competitiva; que desconfían no sólo de los políticos y del gobierno, sino de los poderes fácticos, de Wall Street, y de sus intereses.
Imagínense ahora que un candidato les ha llamado la atención por un tono políticamente incorrecto en una sociedad que prefiere la corrección y perfección de la moral en el lenguaje ante que en la realidad. Y lo más importante: porque se atreve a decir en voz alta lo que la mayor parte de esas personas piensan y apoyan. Podemos considerar que estas personas no están en su sano juicio al sentir cierta admiración por este personaje, pero, ¡ay la democracia! Se nos olvida en ocasiones que el hecho de que alguien sienta simpatía hacia algo que no nos gusta, no nos puede llevar a calificarles de idiotas. A veces hay que reflexionar sobre los errores propios en lugar de achacar la falta de apoyos a la supuesta idiotez de los conciudadanos.
Sigamos imaginando. Ese candidato logra, contra todo pronóstico, hacerse con el control de su partido, pese a los intentos de la “vieja guardia” por evitarlo. Todos los medios de comunicación de norteamerica (a excepción de muchas algunas de las televisiones por cable) se han mostrado desde entonces, y también desde antes, en contra de ese candidato. Ha habido economistas que han advertido del peligro que supone que llegue a la presidencia, y de hecho, Wall Street no esconde su antipatía ante el mismo (además de muchos gigantes tecnológicos, como Apple o Twitter) Muchos líderes mundiales han manifestado también su preocupación ante la visión de semejante personaje cómo presidente. Muchas de las estrellas de Hollywood y del mundillo del famoseo norteamericano no han tenido ningún problema en posicionarse públicamente en su contra.
Ahora piense. Póngase en el lugar de ese ciudadano del que hablábamos. El candidato que a usted le gusta tiene a la antidemocrática élite de su partido en contra; a expresidentes de los Estados Unidos (responsables en última instancia de la situación en la que usted está) en contra; a famosos que ve viviendo la cultura del despilfarro constantemente en la televisión mientras usted no tiene ni para irse de vacaciones, en su contra; a Wall Street y a todos los impresentables que le han metido en la crisis del 2008, en su contra. Y no sólo eso, sino que su contrincante representa precisamente el tipo de personaje político que ha llevado al país a la situación en la que está ahora: Hillary Clinton. Una política cuya puesta en escena parece más un producto de marketing que de fuertes convicciones políticas; una persona con la confianza de Wall Street y que, pese a no ser “millonaria”, se la puede considerar del establisment; una política que ha traicionado ya la confianza del pueblo americano, no sólo por el asunto de los emails, sino también por la paralización de la reforma sanitaria norteamericana (al menos, tal y como lo relata Michael Moore en Sicko). En síntesis, una persona que ha llegado a su posición por los mismos juegos de trileros que sus antecesores, con los mismos apoyos y deudas por pagar una vez en la presidencia; que en definitiva, representa todo lo que está mal en la política norteamericana.
Dicho todo esto, piense ahora un momento, ¿Qué haría usted si esto hubiera ocurrido aquí en España? Piense en el candidato por el que votó. ¿Qué hubiera pasado si absolutamente todo el país, todos los periódicos, todos los grupos empresariales de los que usted lleva desconfiando años se hubieran posicionado en su contra?
No pretendo con este escrito defender a Donald Trump, y ni muchísimo menos situarlo en el papel de “víctima” de un complot. Pero esto que acabo de describir nos debe hacer reflexionar sobre hasta qué punto en ocasiones podemos estar a favor de que, por todos los medios, se intente boicotear la carrera política de un candidato que nos disgusta profundamente, aun cuando esto pueda romper con las reglas del juego democrático. Y también cómo (y aquí lanzo una hipótesis) todos estos medios si bien pueden acabar frenando su carrera política, será a costa de generar aún una mayor desconfianza hacia el sistema democrático y la injerencia de otros poderes que escapan al control del ciudadano medio.
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