UNA RIQUEZA INAPRECIABLE (2ª PARTE)

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melífera
Capellita, dotada de la energía y curiosidad de su antepasada, quedó impactada al encontrarse con un mundo tan sorprendente y multicolor, el cual se abría paso ante la dulce ingenuidad de su mirada, le pareció increíblemente hermoso y perfecto. Disfrutó junto a sus compañeras de un hábitat tapizado de verde, entretejido de arbustos, de plantas y flores brillantes, provisto de una infinita variedad de colores.

Las siguientes lecciones no resultaron menos fascinantes. Las veteranas abejas forrajeadoras les mostraron cómo recolectar el polen de diferentes especies a través de variados métodos. Por otra parte, saber distinguir y hacer uso de la calidad del néctar o del sabor del polen resultaba primordial para volver a visitar o no el tipo de flores en cuestión. Utilizando las antenas para localizarlas (son los órganos del olfato) aprendieron a polinizar las plantas de algunos alimentos. Se aplicaron en identificar los diseños ultravioletas, los aromas florales y también los campos electromagnéticos.

Aquella noche apenas logró conciliar el sueño, los inmensos deseos de iniciar otra excursión le hacían anhelar con impaciencia el nuevo crepúsculo del amanecer.
Recogiendo agua para diluir la miel

Las dificultades de los primeros días se fueron superando y dieron lugar a otros retos de mayor envergadura. En sucesivas clases adquirieron la destreza de convertir el néctar en miel (hidrólisis de la sacarosa), a recoger el agua de las fuentes o riachuelos, a filtrarla y limpiarla microscópicamente a través de la válvula contenida en el estómago, utilizarla para diluir la miel, mezclarla con el polen, disolver azúcares granulados endurecidos e incluso enfriar la colmena cuando las temperaturas alcanzasen cotas demasiado elevadas.
La formación se completó con total éxito. Había transcurrido el tiempo necesario y las abejas jóvenes se vieron abocadas a elegir una especialidad, la que habrían de desempeñar desde ese momento en adelante. Capellita, colmó las expectativas de sus compañeras al resultar ser digna sucesora de su tatarabuela. Había heredado aquellas cualidades que la convertirían en una experta y magnífica exploradora. En las semanas siguientes realizó multitud de expediciones, aumentando la experiencia y la seguridad, de la pericia de su gestión dependía en buena medida la supervivencia de la comunidad.
En compañía de sus avezadas profesoras, en un principio ejercieron de apoyo y seguimiento, comenzó a inspeccionar el territorio y los campos con el fin de especializarse en un arte. Adquirió igualmente el imprescindible dominio de la orientación. Tenían tres formas distintas de guiarse, por medio del sol, de la polarización de los rayos de luz y del campo magnético de la tierra. Entre los principales objetivos se encontraban, descubrir a cuanta distancia se hallaban los bosques, el lugar exacto de las plantas indispensables para la comunidad y regresar a su habitáculo sin extraviarse. Posteriormente procedían a comunicar a sus compañeras el lugar de origen donde se hallaban los néctares más selectos. La transmisión de estos datos vitales lo ejercían las abejas exploradoras a través de una danza (La Danza de las Abejas). Cuando la distancia era menor de 50 kilómetros la danza dibujaba círculos, en caso de superar esa cifra utilizaban el abdomen para danzar formando ochos.
En una de aquellas salidas el afán de aventura la llevó a hacer un recorrido distinto, algo más alejado. En el trayecto se detuvo en varias ocasiones atraída por el suave murmullo del discurrir de un arroyuelo y un sinfín de fragancias, cuyas plantas adornaban las orillas. Volaba despreocupada, feliz, examinando y comprobando la calidad de las especies aquí y allá. Atravesaba una zona de claros cuando algo llamó poderosamente su atención, una extraña mancha amarilla-anaranjada se extendía de manera inquietante sobre el verde y silvestre suelo. Se acercó intrigada y cuando consiguió distinguir el origen de la mancha retrocedió horrorizada.
 

Con gran estupor contempló a miles de abejas muertas. No pertenecían a su comunidad. ¿Qué les habría ocurrido? ¿Dónde estaría su colmena?. No recordaba haber visto a ningún depredador cerca, ¿quizá le había pasado inadvertida alguna presencia por estar distraída y absorta en su tarea? Un quejido casi imperceptible la invitó a acercarse mucho más. El descubrimiento la dejó perpleja. Allí, aprisionada entre los cuerpos exánimes de sus compañeras luchaba por liberarse una abeja. Parecía un milagro, había sobrevivido a aquel desastre. Capellita se apresuró a socorrerla y con su ayuda la infeliz abejita logró desasirse. Le contó que pertenecía a una colmena propiedad de agricultores y apicultores industriales, utilizaban unas sustancias nocivas (plaguicidas tóxicos) que hicieron enfermar a muchas de sus congéneres. Aquellas sustancias debilitaron el enjambre y contaminaron la miel. Cada vez tenían que recorrer distancias más largas en busca del néctar adecuado, lo que las llevó a padecer un inmenso estrés que también las enfermó. Para colmo de su desgracia, un parásito (varroa) diezmó considerablemente la colmena. Y todo ello protagonizado por la mano de los hombres.
Un tremendo ruido las sobresaltó y al mismo tiempo empezaron a percibir un olor desconocido que las obligó a estornudar. Se inquietaron bastante aunque se mostraron resueltas a descubrir el misterio. Desde una distancia prudencial vieron aparecer a unos hombres con grandes máquinas, el ruido se fue incrementando llegando a hacerse insoportable. Llevaban fumigadoras y con ellas esparcían un líquido tóxico sobre las plantas. Entonces se dieron cuenta de que aquel pesticida fue el causante de la intoxicación y la posterior muerte de las abejas que yacían amontonadas sobre la tupida vegetación.
Capellita se alarmó, todavía más si cabe, voló sin detenerse hasta la colmena acompañada de la superviviente. Llegaron sin resuello. Tuvieron que tomar aliento para poder comunicar a las demás la desgracia acaecida y el espantoso descubrimiento que acababan de hacer. Las ancianas se miraban asustadas, nunca habían escuchado nada igual y decidieron comprobarlo por sí mismas viajando al lugar. Al llegar no pudieron acercarse demasiado porque el ambiente estaba impregnado de un intenso olor que les impedía respirar. Preocupadas, entristecidas y lamentando la trágica suerte que habían corrido las otras abejas regresaron a la colmena. Decididas a solucionar tan grave problema convocaron de inmediato una asamblea general.

Las más longevas no se explicaban cómo era posible un hecho tan trágico. Explicaron a las más jóvenes que ellas llevaban poblando el Planeta desde hace más de 50 millones de años. Habían sobrevivido a toda clase de cataclismos sin la ayuda del ser humano. Tantos millones de años siendo el eje fundamental para el mantenimiento y el equilibrio de la biodiversidad. Las abejas mielleras formaban grandes familias, (super-Apoidea) y amaban las flores. En cambio el Homo Sapiens poblaba la tierra desde hacía solo 250.000 años.
 

“Las más longevas no se explicaban cómo era posible un hecho tan trágico. Explicaron a las más jóvenes que ellas llevaban poblando el Planeta desde hace más de 50 millones de años.”

Avioneta fumigando plantación

Ahora otra especie, la humana, destruía ese equilibrio biodiverso tan imprescindible en la conservación del Planeta. Los humanos no parecían demasiado inteligentes, no respetaban a la naturaleza, no entendían el frágil equilibrio de los ecosistemas y no eran conscientes de que su propia supervivencia dependía en gran parte de ellas, las expertas y grandes polinizadoras de la mayoría de los alimentos. ¿Qué harían cuando fueran conscientes? ¿Sería demasiado tarde para las siguientes generaciones?
Las abejitas jóvenes prestaban mucha atención a las mayores y querían saber más. ¿Qué ocurriría sin ellas? Algo terrible, siguieron explicando con pesar. Se perderían la gran mayoría de los cultivos. Capellita afligida les preguntó, ¿quién polinizaría el romero, el tomillo, las zarzamoras o los arándanos?. Se hizo un sepulcral silencio, una tristeza profunda las embargó. De repente se encontraban en una encrucijada y debían tomar una drástica decisión. Tendrían que marcharse de allí si querían salvar sus vidas y a sus futuras generaciones, abandonar el lugar que las había visto nacer, alejarse a tierras más altas, a zonas asilvestradas, con menos calidad que los bosques cercanos pero con la certeza de que, en lugares agrestes y elevados, el hombre no podría llegar tan fácilmente con el veneno que las mataba. Acongojadas y silenciosas abandonaron la ‘Colmena Las Mielleras’ e iniciaron el éxodo que las llevaría a un lugar más prístino y sano. Capellita se preguntaba por cuánto tiempo.

Fin

1) La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria ha expresado su preocupación a ciertos plaguicidas neonicotinoides, ya que podrían afectar también al desarrollo nervioso de los seres humanos.
2) Markus Imhoof, es el director de la película documental titulada “More than Honey” – Mucho más que miel-.
3) El etólogo Karl v. Frisch es investigador apícola. Cuando le concedieron el premio Nobel, dijo lo siguiente: Las abejas son como una fuente mágica inagotable.

Cuando descubro abejas libando el néctar de las flores en nuestro jardín me siento fascinada y conmovida por estas incansables trabajadoras, que tanto nos dan y tan poco reciben, siempre pienso: ¿Cuánta distancia habrá tenido que recorrer para llegar hasta aquí? Y les deseo un feliz regreso a su colmena.

1 COMENTARIO

  1. El equilibrio del medio ambiente depende en gran medida de las abejas.
    Espero que las autoridades y también estos relato, ayuden a que respetemos a estos insectos maravillosos como también está reflejado en este precioso escrito.

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