LO QUE CONTÓ CANTÓ

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Leía con cierto pasmo, hace unos días, las declaraciones de Toni Cantó en el congreso denunciando la desaparición del castellano en Galicia. He tenido que dejar pasar unos días para revisar con una cierta perspectiva y algo de ecuanimidad si los hechos denunciados tienen visos de ser ciertos según mi propia experiencia. Complicado.

Complicado, pero sin duda hay una cierta verdad, una verdad paralela y real, que se asemeja mucho a lo proclamado por el señor Cantó. El castellano, el español, está en peligro en Galicia. Y eso es verdad, tan cierto como está en peligro en Madrid, Aragón o Castilla La Mancha. Tan cierto como el español está en peligro en España entera y no por culpa de los otros idiomas y dialectos que pueden hablarse en el territorio nacional, no, si el español está en peligro habría que mirar con mucha atención a los sistemáticos ataques que recibe desde colectivos como los políticos o los informadores.

Nadie inutiliza tanto el idioma como los políticos cuando lo retuercen, fuerzan y vacían de significado en su afán de no decir nada con el máximo de palabras posibles, con el invento interesado y vacuo del idioma inclusivo que va contra todas la leyes de la evolución idiomática y que no aporta otra ventaja que la de lograr iniciativas dañinas sin calado real. El famoso, el tristemente famoso, lenguaje inclusivo varias veces desautorizado por la Academia y su uso persistente como reivindicación permanente de algo diferente a lo que dice reivindicar es un ejemplo claro. Las respuestas habituales en cualquier rueda de prensa, que una vez analizadas ni contestan la cuestión planteada ni significan absolutamente nada, son otro. La variación de significado de muchos términos utilizados para lograr decir algo diferente a lo que se dice sin dejar de decir lo que no se quiere decir, es otra. Las mismas declaraciones del señor Cantó mezclando dos realidades y sacando una conclusión que nada tiene que ver con la realidad, otra más y no la menos corriente.

“Las respuestas habituales en cualquier rueda de prensa, que una vez analizadas ni contestan la cuestión planteada ni significan absolutamente nada, son otro.”


Y no nos olvidemos de los comunicadores, de los informadores y esa bárbara costumbre de llenar sus palabras de barbarismos procedentes de otros idiomas para dar un toque de “glamour”, de “caché”, a una redacción de calidad ínfima y a un manejo lamentable del idioma común. Pero esta casi merecería una reflexión aparte.

No sé lo que sucede en Cataluña, Asturias, Valencia o Euskadi. No tengo un conocimiento de sus idiomas lo suficientemente profundo para saberlo, aunque sí puedo constatar que, exceptuando cerriles radicales que hay en todas partes, la mayor parte de la gente pasa de su idioma local al español común sin esfuerzo y sin ningún tipo de renuencia. Tal vez se observa un empobrecimiento del manejo del español, algunos errores de construcción y alguna carencia de conocimiento gramatical, pero, insisto, nada que pueda parecer una ignorancia sistemática del idioma común. Pero nada de esto es nuevo.

Durante mis vivencias en Cataluña observé que había tres tipos de personas que no utilizaban nunca el español: los que no lo hablaban porque vivían en zonas donde no se usaba habitualmente, núcleos rurales aislados y tradicionalistas. Los que usaban el idioma para reivindicar una pertenencia que no era de nacimiento y los que te hablaban en catalán como forma de afrenta. Mientras en los primeros la lengua fluía de una forma natural y existía una voluntad de entendimiento, los segundos y terceros la usaban como una forma de agresión y confrontación con el que no la hablara. Cuidado, esto último también funciona en el sentido inverso. No hay nada menos comunicativo que dos personas que pretenden no comunicarse.

“Mientras en los primeros la lengua fluía de una forma natural y existía una voluntad de entendimiento, los segundos y terceros la usaban como una forma de agresión y confrontación con el que no la hablara.”


Así que efectivamente el español está desapareciendo en Galicia, al mismo ritmo que en el resto de España. Al mismo ritmo que colectivos enteros se sirven del idioma común para fines para los que no fue pensado. Claro que esto no fue lo que contó Cantó.

Tampoco contó Cantó, y no hubiera estado mal que lo contara, que lo que realmente ha desaparecido en Galicia es el gallego, a pesar de que cada vez más gente dice hablarlo, a pesar de que cada vez más gente dice escribirlo, porque para los que hemos leído algo en Gallego antiguo, culto, los que hemos leído algo de Risco, de Celso Emilio, de Blanco Amor o de cualquiera de los muchos literatos galleguistas de los últimos siglos, lo que se habla y escribe hoy en Galicia no es gallego “nin can que lle ladre”.

Ese idioma inventado por los políticos, con la complicidad de intelectuales, que se llama gallego normativo, que es lo que se usa, no pasa de ser un híbrido entre el castrapo, castellano galleguizado, y el portugués que nada tiene que ver con el verdadero y olvidado gallego. Ni sus palabras, ni su gramática, respetan el idioma de nuestros antepasados.

Tal vez, siendo un poco retorcido, nunca se habló tanto español en Galicia, eso sí, sustituyendo las “j” por “x”, metiendo terminaciones “che” donde hay terminaciones “te” incluso cuando no corresponde, y mucho “iño” para que suene a gallego, como en la actualidad.

Claro que no es eso, tampoco eso, lo que contó Cantó.

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