LA MURGA DEL DIÁLOGO

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Oigo por muchos sitios, desde muchas cabezas bienintencionadas, y otras no tanto, me refiero a bienintencionadas, bueno o a cabezas, la necesidad de un dialogo. Vale, pero ¿con quién?, ¿En qué términos?, ¿Con qué reglas?. Claro que inmediatamente me surge otra pregunta, tal vez un poco brutal, ¿se puede negociar algo con quien ha pervertido todas las reglas, y las reglas de las reglas, con alguna garantía de que cumpla cualquier acuerdo al que se pueda llegar?. Honradamente creo que no, es como contratar para levantar tu casa al mismo que por falta de pericia o interés hizo que se viniera abajo, un despropósito.

Cualquier diálogo creíble pasa por la dimisión de todos los responsables de la Generalitat y su puesta a disposición judicial. A partir de ahí diálogo, a tumba abierta, sin restricciones, líneas rojas les llaman ahora, con la única excepción del causante último de toda esta historia, la CUP. Pero, !ay¡,  que dura es la realidad, los políticos catalanes son tan españoles que ignoran lo que significa dimitir. De hecho he oído rumores sobre la intención de la RAE de eliminarla del diccionario por extranjerizante.

El diálogo del diálogo ya se muerde la colita. Yo entiendo, puedo entender, la buena voluntad de muchas de las personas que lo plantean sin caer en la cuenta de que un diálogo como el que pretenden solo puede darse entre dos iguales, y el supuesto no se da porque serían concesiones a los delincuentes, y no hablo del pueblo catalán, que no es solo el que pide independencia, ese no es ni la mayoría, si no de quienes han decidido saltarse tres niveles de leyes: la Constitución, el ordenamiento jurídico nacional derivado de ella y el Estatuto Catalán. Seguro que no ha sido sin querer. Y ante eso no hay diálogo. El diálogo hay que establecerlo con todos los catalanes, no solo con los que más gritan, con los que más mienten y con los que más insultan en cuanto no estás de acuerdo con ellos.

“Pero, !ay¡,  que dura es la realidad, los políticos catalanes son tan españoles que ignoran lo que significa dimitir. De hecho he oído rumores sobre la intención de la RAE de eliminarla del diccionario por extranjerizante.” 



Va siendo hora de recuperar la esencia del problema y de dejar las posturas de buena voluntad para cuando sean necesarias y todos los catalanes puedan ser escuchados, sin imposiciones fascistas, sin algaradas callejeras en las que participa mucha gente que ni es catalana ni se la espera, sin conculcación de las normas de convivencia. No vaya a ser que queriendo ser tan buenos estemos machacando a la mayoría realmente oprimida en este momento. Oprimida, vilipendiada, acosada y, parece ser, que olvidada por muchos.

Porque cuando se pide el diálogo, ya de forma cansina, en muchos casos interesada, se está olvidando de forma palmaria a los que en estos días sí que han sufrido con la violencia de sus convecinos instigados al odio por personas, organismos y entidades perfectamente preparados para ejercer la brutal violencia del acoso diario. ¿En qué punto del pretendido diálogo se les va a escuchar a ellos? Y son mayoría, una mayoría que muchos pretenden que sea no ya silenciosa, no, si no silenciada.

Les llamaba hace poco miserables por no salir a la calle y demostrar que existen. Hoy ya han salido, ya han empezado a salir, con el patético resultado de ser insultados y recibir el desprecio patente de sus convecinos abducidos por el independentismo radical y mentiroso. Pero, lo que es aún más grave, sintiéndose tratados como sospechosos por una izquierda tan pendiente de los símbolos y de su exquisitez moral que es incapaz de identificar como suyo a cualquiera que porte una bandera nacional, o que grite un viva a España. Y esto sí que es lamentable, descorazonador.

Y esa misma izquierda incapaz de plantarse en un sentido de estado imprescindible en este momento, incapaz de asumir que el estado no es de izquierdas, ni de derechas, debilita a ese mismo estado con posiciones que no obedecen más que a su incapacidad de asumir que España también es de ellos, incluso de los que reniegan de ella. Incapaces de superar una resaca franquista que los atenaza e incapacita en los momentos en que más falta hacen. Incapaces de entender que los símbolos de España también son suyos, profundamente suyos, y que ahora mismo son los únicos válidos para marcar la diferencia con los que no han cumplido la ley.

Esta izquierda que dice representar al pueblo y lo olvida para representar solo a la parte del pueblo que pudiera votarla en una elecciones, no pasa de ser mezquina. Mezquina y dañina para un estado, para un país que necesita de una izquierda fuerte y comprometida para evitar una deriva de derechas de la que son los máximos responsables por su incapacidad de conectar con los pueblos, con las gentes. Esta misma izquierda que se lanzó a degüello contra unos servidores públicos que según van pasando las horas, los días, se demuestran menos sanguinarios, más víctimas de una manipulación feroz e interesada de los propagandistas del independestismo y de cierta prensa amarilla, nacional y extranjera, más interesada en la tirada que en la noticia, cuando no en crear de parte un relato que empieza a comprobarse inexistente.

“Esta izquierda que dice representar al pueblo y lo olvida para representar solo a la parte del pueblo que pudiera votarla en una elecciones, no pasa de ser mezquina”


Basta ya de hablar de diálogo y empecemos a hablar del diálogo que habrá que emprender cuando la normalidad esté restablecida, de las reformas que habrá que acometer, de la limpieza que habrá que hacer cuando los delincuentes estén donde les corresponde, en la cárcel. Basta ya de invocar un diálogo en el que se pretende hacer callar, o como mínimo se ignora, a la mayoría de un pueblo, el catalán, sometido por sus dirigentes al fascismo más repugnante mediante el adoctrinamiento en los colegios, mediante la mentira permanente en los medios de comunicación, mediante la incitación al odio a todo lo que suene a español.

Vivió, hace ya más de treinta años, en Vic por motivos de trabajo unos años la que hoy es mi esposa, y aún no hace mucho recordaba una vecina de su misma edad, por aquel entonces veintitantos, que no pensaba jamás pisar Madrid, porque en Madrid encarnaba todo lo que ella odiaba en el mundo. Y es que el problema catalán no proviene de un referendum fallido, ni de un estatuto impugnado, ni de una carga policial, en la sociedad catalana, sobre todo en ciertas zonas rurales, el odio a lo español es una seña de identidad que se transmite entre generaciones y que solo podrá erradicarse mediante, no, el diálogo, este diálogo que se reclama ahora, no, una convivencia limpia, una erradicación de los que aprovechan su posición en la sociedad civil para difundir el odio, una formación que haga ciudadanos del mundo y no abducidos de linde cercana. Ese debe de ser el principal reto del diálogo por venir, ese y no un diálogo fiscal, no un diálogo territorial, que también, si se demuestra necesario. Mientras la sociedad catalana siga siendo traidora al resto del país como lo ha sido los últimos cuatrocientos años, ¿de qué vamos a hablar? ¿de la fecha de la próxima revuelta? ¿de la excusa con la que se va a abordar? Despierta Cataluña, este mundo ya no es medieval, ni siquiera romántico. Aprende a sumar y no dejes que te dividan.

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