La ambigüedad de Puigdemont en su declaración ante el Parlament de la independencia de la República de Cataluña, no sólo ha supuesto un jarro de agua fría para aquellos catalanes que votaron sí en referéndum ilegal que él junto con el resto del bloque independentista convocaron y que se celebró el pasado 1 de octubre; sino que, además, ha supuesto la fractura del mismo en ese empeño en una independencia del todo imposible con el sistema constitucional vigente, reconducida con la firma de un manifiesto de compromiso con la república, que no deja de ser un punto y seguido de este sainete a la catalana. Ello, sin entrar a valorar el incumplimiento de las leyes ad hoc que ellos mismos aprobaron para dotar de cierta “legitímidad” a lo que, a todas luces no puede tenerla, mientras no se reforme la Constitución, que exige que dicha declaración sea votada en el Parlament.
La suspensión de la declaración de independencia, una especie de independencia en diferido, llevada a cabo por le President, con el fin de negociar con el Estado, no ha sido aceptada por sus socios de la CUP y Esquerra, por no estar dispuesta a ese diálogo con el que consideran enemigo de Cataluña. Un discurso que los verdaderos demócratas, entre los cuales me incluyo consideramos irresponsable al igual que todas las actuaciones llevadas a cabo en este proceso independentista; puesto que lo único que pone de manifiesto es la radicalización de una izquierda catalana con muy poco sentido de Estado en un momento histórico en que las fronteras han sido abolidas dentro de la UE de la cual quieren seguir formando parte; debido a que lo que realmente buscan no son soluciones negociadas sino una declaración de guerra contra el resto de España.
Por mucho que se empeñen ciertos politólogos politizados, entre ellos el Secretario General de Podemos, de que no ha existido una declaración de independencia, habría que preguntarle el porqué se declara entonces una suspensión. Si fuera como él dice, entonces ¿qué se suspende?.
Puigdemont, no ha adoptado una postura ecléctica y de reconciliación, como tratan de vendernos sus afines, sino una huida de una crisis sin precedentes en los últimos cuarenta años de la que él ha sido el principal protagonista, fragmentado la sociedad catalana, incluso la del resto de país, dividido entre quienes han visto en este proceso una forma de ataque a Rajoy y a su débil gobierno, o lo que es lo mismo una forma de desgastar la actual legislatura del Estado, y los que con un sentido patriótico, tal vez desmesurado, han decido declarar una guerra de banderas.
“Puigdemont, no ha adoptado una postura ecléptica y de reconciliación, como tratan de vendernos sus afines, sino una huida de una crisis sisin precedentes en los últimos cuarenta años de la que él ha sido el principal protagonista”
Resulta evidente que la gestión sobre Cataluña llevada a cabo por el gobierno de Rajoy es absolutamente criticable, por no buscar soluciones negociadas a un conflicto territorial que se remonta casi al momento en que se aprobó con la Constitución una organización del territorio español basado en Comunidades Autónomas, debido, aunque algunos traten de negarlo, al hecho de su mayor participación a ese fondo de compensación territorial encaminado a corregir las desigualdades entre las distintas autonomías o nacionalidades que, conforme al texto constitucional, integran la indisoluble unidad de España. Un gobierno para el que la represión ha sido su principal seña de identidad, y sigue siéndolo, según las manifestaciones de sus acólitos en el Parlament, así como las que han salido de la propia Moncloa tras conocer las declaración suspendida de independencia.
Pero, los ciudadanos, sustentadores de la soberanía nacional, debemos, al menos, ser más responsables que los políticos mediocres que dicen representarnos, y no identificar la declaración de independencia de Cataluña como una forma de dar palos a Rajoy y a su gobierno, por mucho que lo merezcan, sobre todo en la respuesta a este conflicto utilizando las fuerzas de las porras, como ha hecho siempre, y no la de la razón y el entendimiento.
En todo caso, sea como sea, la chapuza de la independencia continúa, y dado que los posible interlocutores en una futura negociación han manifestado sus posturas irreconciliables, la única solución que algunos, cada vez más, vislumbramos a este conflicto, es la convocatoria de elecciones tanto en Cataluña como en el resto de España, para que sean todos los españoles, y allí todos los catalanes, los que elijan las posturas políticas más idóneas para solucionar este conflicto, y de esta manera encontrar el sosiego necesario para respetarnos los unos a los otros.
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