ESPAÑA. UN PAÍS DEMOCRÁTICAMENTE INMADURO

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Quienes vivimos la transición a la democracia con la aprobación de la Constitución de 1978 y la convocatoria de elecciones, celebramos, como no podía ser de otra manera, el paso de la dictadura a la democracia. Un cambio deseado durante toda dictadura.

Muchas y muchos celebramos la primera convocatoria de elecciones generales con unas campañas que, si bien existía la rivalidad entre los diferentes partidos políticos, se convirtió en una verdadera fiesta pues se iniciaba un nuevo momento histórico de especial trascendencia para que España saliese de ese mundo oscuro y en blanco y negro donde lo que imperaba era represión; con un fin de campaña electoral donde las calles se transformaron en una exposición multicolor de las diferentes opciones políticas acompañada de música y cantos en pro de la libertad como aquel: “habla pueblo habla, tuyo es el mañana, habla y no permitas que roben tu palabra” o “libertad sin ira”. Después el día de reflexión, una reflexión seria y concienzuda, quizá la única a lo largo de estos cuarenta años de democracia.

Éramos conscientes de lo mucho que nos jugábamos y, aunque sabíamos que todavía seguían vivos y coleando los herederos del fascismo, nuestra única opción era seguir adelante con el proceso que se había iniciado hacia la libertad que, aunque mermada por el terror de ETA, los partidos políticos no se amilanaron condenando cada uno de los atentados de esta banda terrorista, donde fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, políticos de diferente color e incluso población civil sufrieron sus  ataques con el único fin de alcanzar la independencia de País Vasco, eso si matando indiscriminadamente.

Además, sabíamos que los fascistas seguían ahí, con un ejercito cuyos generales se había criado a los pechos del dictador, al igual que la policía y guardia civil. Habían mamado la represión y, por lo tanto, sólo conocían el abuso de poder y la fuerza bruta para mantener el orden, pero también sabíamos que el cambio a la democracia iba a ser un proceso largo y muy delicado donde había que contentar a muchos poderes fácticos, fuerzas políticas con sus diferentes demandas y a una estructura de poder basada en el antiguo régimen.

 

“… sabíamos que los fascistas seguían ahí, con un ejercito cuyos generales se había criado a los pechos del dictador, al igual que la policía y guardia civil. Habían mamado la represión y, por lo tanto, sólo conocían el abuso de poder y la fuerza bruta para mantener el orden” 

Hubo concesiones, sobre todo a aquellas Comunidades Autónomas de vía rápida que demandaban derechos, creándose de esta manera una dicotomía entre Comunidades denominadas históricas y el resto, que muchos españoles aceptamos bajo la premisa de que lo que se trataba era que la democracia ganase, que todos ganásemos. Sabíamos que era un momento muy delicado, con un Estado democrático y plural, en cuanto a su territorio se refiere, tan débil que si nos oponíamos corríamos el riego de dar al traste con el camino que habíamos emprendido.

Los que vivíamos en alguna Comunidad Autónoma de vía lenta nos conformamos con poder elegir a nuestros representantes autonómicos, conformar nuestra organización territorial a través de unos Estatutos de Autonomía con menos derechos y competencias que las históricas, pero no importaba porque creímos que primaría la solidaridad entre todas a través del denominado fondo de compensación interterritorial cuyo fin era corregir las desigualdades económicas entre unas y otras. Y, así hemos llegado a nuestros día, en una continúa lucha por mantener nuestros derechos y libertades públicas, a la vez que cumplir con una serie de deberes necesarios para que el sistema pueda funcionar. Lucha que continúa y que debe continuar para evitar que el sistema se anquilose, algo que con mucha facilidad suele ocurrir ante una clase política que ha demostrado a lo largo de este recorrido que le gusta más el sillón que a un bebe un chupete, como si se tratase de un mal endémico de la clase política.

El problema estriba en que las ciudadanas y ciudadanos de este país afrontamos esta lucha política desde la desidia, el conformismo, la resignación, y lo que es peor, desde una confrontación desmedida donde imperan más los colores de los partidos que el proyecto político y sus resultados, afrontando la vida política diaria entre rojos y azueles, entre independentistas y constitucionalistas, entre feministas y machistas, entre animalistas y los que no lo son, en definitiva entre “istas” de distinta índole, donde en muchas ocasiones nos limitamos a repetir las soflamas políticas de los “nuestros”, con actitudes rígidas donde el consenso es difícil de alcanzar.

“El problema estriba en que las ciudadanas y ciudadanos de este país afrontamos esta lucha política desde la desidia, el conformismo, la resignación, y lo que es peor, desde una confrontación desmedida donde imperan más los colores de los partidos que el proyecto político y sus resultados…”

Este posicionamiento, también necesario, habida cuenta que las fuerzas políticas no son más que una manifestación de la pluralidad política, sin embargo, adolece de una falta de madurez democrática, donde lo que importa son los resultados electorales y no el bien común o los intereses generales. Somos incapaces de hacer un juicio de autocrítica a quienes cada uno hemos elegido como nuestros representantes, imperando la actitud del seguidismo frente a la crítica política.

Esto ha ocasionado que los ciudadanos, por un mal posicionamiento denominado ideológico ya  que pretendemos basar nuestra lucha política en ideologías la mayoría de las veces trasnochadas además de manipuladas a gusto de quienes ejercen el poder y, de lo que es peor, de esos poderes fácticos que los mantiene ahí, la mayoría de índole económica. Así, nos enfrentamos no desde la razón y buscando el consenso, sino mediante una lucha visceral contra nuestros contrincantes políticos, fomentado por nuestros propios representantes, sean del partido que sean, donde el insulto y la descalificación del contrario viene siendo lo habitual ante la falta de valores, ideas y proyectos propios encaminados a mejorar las situación.

No hay nada peor que los ciegos que no quieren ver y los sordos que no quieren escuchar -o tal vez sí-, además de la falta de conciencia democrática lo que hace que muchos se olviden  que de lo que se trata es que nuestra sociedad prospere, aunque  malamente puede prosperar una sociedad dividida y enfrentada, de manera que lo que debería ser la seña de identidad de los demócratas, como el respeto a las opiniones contrarias, la tolerancia y, sobre todo al resultado de las urnas, brilla por su ausencia, haciendo que todo valga.

Son muchas las demandas de la ciudadanía ante lo problemas que actualmente acucian a nuestro país, pero también es cierto que existe una crisis o falta de valores que dirigen nuestra lucha, lo que la convierten en una batalla campal de todos contra todos que para nada nos beneficia. Tal es el caso de uno de los principales problemas que mantiene dividida y, por lo tanto, enfrentada a la sociedad actual española, como es el de la independencia de Cataluña cuyos precursores quieren solucionar, si fuese necesario, mediante el uso fuerza como ellos mismos han manifestado, sin respetar el orden constitucional vigente.

No es necesario hacer referencia a la teoría del caos, la cual se basa en que pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden implicar grandes diferencias en el comportamiento futuro, imposibilitando la predicción a largo plazo; pero esto es lo único que se puede obtener cuando el cambio no se hace desde un orden establecido, sino desde la agresión a los posicionamientos contrarios, y lo que es peor, invadiendo uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia como es el estado de derecho basdo en el imperio de la Ley.

Es cierto que nuestro sistema democrático no es el mejor, que las cosas son mejorables, que se siguen invadiendo nuestros derechos y libertades públicas por el poder establecido; lo que hace necesario un cambio o mejora del sistema, pero desde el respeto y el orden, pero sobre todo siendo consciente de las consecuencias de nuestros actos.

Tenemos una gran experiencia adquirida desde aquel 1978 y, por lo tanto, debemos hacer lo posible -tenemos la obligación de hacerlo- para que las cosas mal hechas no se repitan, sobre todo mediante la oposición férrea y sin tregua frente aquellos vividores de la política, por desgracia existentes en todos los partidos políticos en mayor o menor medida, así como frente a cualquier actuación política o de parte de la sociedad que pueda desestabilizar el sistema con el fin de conseguir sus objetivos mediante la imposición.

En definitiva, una falta de madurez democrática que nos lleva a la ofuscación y a la agresión, tanto física como verbal, contra posiciones contrarias, como es llamar fascista al que no piensa igual, si bien es cierto que quienes actúan así, ellos mismos se descalifican y autodefinen, no siendo más que unos trogloditas democráticos o quizá peor, eso mismo que ello llaman a los demás, unos fascistas disfrazados de demócratas, y los hay de todos los colores, azueles, morados, verdes, rojos, etc.

“… no siendo más que unos trogloditas democráticos o quizá peor, eso mismo que ello llaman a los demás, unos fascistas disfrazados de demócratas, y los hay de todos los colores, azueles, morados, verdes, rojos, etc.”

De qué serviría como muchos reivindican un nuevo poder constituyente si los operadores políticos no están dispuestos a cambiar de actitud. Se trata de cambiar conciencias y esto es muy difícil cuando alguien no esta dispuesto a escuchar, pero sobre todo a no llegar a acuerdos, base fundamental para que la democracia prospere.

 

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