EL VIAJE

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Pareja En La Playa Silueta
 

Acabábamos de llegar al hotel y me preguntó -¿Nos damos una ducha antes de ir a cenar?

-Yo no, respondí, prefiero ir hasta la playa a darme un baño. Las playas por la noche son más acogedoras. No tardo mucho.

No esperaba cuando bajé que ella me estuviera aguardando en recepción, no esperaba que al llegar a la playa su ropa se desprendiera de su cuerpo hasta quedar desnuda. No esperaba que al entrar en el agua sus brazos me abrazaran desde atrás, pasando por mis axilas y bajando acariciadoras sus manos hasta alcanzarme sin que yo fuera capaz ni siquiera de pestañear.

Quien no había soñado en la oficina con aquella escena que yo estaba viviendo entre escalofríos. Cuantas fantasías no habíamos compartido a su paso o después de que saliera de nuestro despacho. Cuantos habían, habíamos, fantaseado con ser los elegidos.

Y yo estaba ahora abrazado a ella, rodando en la orilla por el empuje de las olas y unidos, enlazados, confundidos los cuerpos, encajados todos los puntos de unión que se nos ofrecieron, hasta el paroxismo.

Y a pesar de todo, a pesar de la explosión de los sentidos, del placer sobrevenido, no podía olvidar a los otros, a los que no estaban allí. Una noche dura una noche, el orgullo de haber sido presa, expresado en términos de cazador, dura toda una vida.

Luego corrimos desnudos, desorientados, jugando, cayendo, levantándonos, besándonos, acariciándonos a cada caída, hasta que conseguimos encontrar el montón de ropa que la noche oscura guardaba con celo. Nos vestimos, varias veces hasta que conseguimos ir a cenar. Ya en el hotel vimos amanecer y nos sorprendió la hora de trabajar sin que nos hubiera visitado el sueño.

Aún hoy recuerdo con deleite aquella noche que yo no le conté a nadie, pero las miradas que a partir de aquel día, de aquella noche, me acompañaban cuando me movía  por la oficina parecían saberlo y me hacían revivirlo. Las de ellos y las de ellas.

Boticheli.

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