EL PARLAMENT NO ES LA BASTILLA

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El pasado sábado especulaba yo en el Ateneo de Madrid sobre la balcanización de Cataluña. El domingo y el lunes parecían los cachorros independentistas confirmar mis temores. La violencia se instala en la política de Cataluña.

Dentro del mundo secesionista existe una mitificación de su “lucha”,  es el mejor elemento para qué los que participan de ese proceso se consideren a sí mismos imbuidos de un mandato superior, mandato cuasi divino ya que el “pueblo” se convierte en una divinidad, en un elemento superior, al cual todo buen catalán se somete. Es la nación esencialista el elemento central, la justificación del todo, frente a la otra nación: la Nación política, la que nos hace ciudadanos libres e iguales.

Es la nación esencialista, herderiana, “milenaria”, neofeudal, racista y violenta la que pugna por imponerse a la mayoría.

La muchachada que asaltó el Parlamentde Cataluña creía estar realizando un acto revolucionario y en realidad estaban asaltando la democracia. La Bastilla de París era una prisión y el símbolo del antiguo régimen, de la opresión. El Parlament de Cataluña, independiente a cómo se configura la representación ciudadana en él, es el símbolo de una democracia recobrada, es la representación de los catalanes en el ámbito autonómico.

No hay épica en ese asalto, no hay toma de la Bastilla, es el “vivan las cadenas” de Buñuel  al final de la película “El fantasma de la libertad”. Es el continuo absurdo nacionalista disfrazado de progresismo.

En Nou Barris, Barcelona. 05 de octubre de 2018

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