EL DIVÁN DE MI VECINA. AVE MARÍA PURÍSIMA

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Los contrastes de mi vecina cada vez me sorprenden más. De feminista recalcitrante de hace sólo una semana a católica beata. Y no es que me parezca mal o me moleste este último papel que ha asumido, porque, como no puede ser de otra manera cada uno es libre de pensar lo que le dé la realísima gana, aunque hay muchos y muchas que la tolerancia que piden para los demás no va con ellos. Éste es el caso de mi vecina.

Nunca he manifestado abiertamente mi sentido o creencias religiosas porque pienso que eso forma parte de mi intimidad, claro está, salvo a las personas más cercanas a mi y, discúlpenme si sigo manteniendo esta postura, creo que lo entenderán. Pero mi vecina no lo entiende, es más, con ella, con la que no suelo tener muchas reservas –no se si a partir de este momento seguiré con esta misma actitud-, porque ha llegado a tacharme de “rojo ateo”, simplemente porque le he manifestado que no entiendo esos contrastes que evidencian sus creencias, aparte, claro está, de las contradicciones que manifiestan. Ahora bien, si de lo que se trata es de tener una moral acomodaticia cogiendo lo que le parece de cada cosa, entonces no tengo más que decir.

La cuestión es que mi vecina que no suele pisar la iglesia salvo en ocasiones que así lo exijan por eso de que hay que mantener una compostura social o apariencia ante los demás, dígase, en entierros, bautizos, bodas y demás ceremonias en las que hay que cumplir con las personas más próximas; hace unos días que la vi entrar en la parroquia del barrio, motivo por el que mi lado femenino de curiosidad insaciable cuando no entiendo bien ciertos comportamientos, decidí seguirla y, medio a escondidas.

Penetré también en el templo, quedándome en los último bancos en actitud de recogimiento pero sin perderla ojo, mientras ella avanzó a las primeras filas, y tras santiguarse, se puso de rodillas tapándose la cara con las dos manos. Nunca he entendido porque hay que taparse la cara para entrar en trance con el más allá.

En dicha actitud permaneció un buen rato, o al menos eso me pareció a mi, porque el tiempo se me hizo un pelín largo, hasta que la final volviéndose a santiguar, se incorporó y dirigiéndose a una capilla que hay en un extremo, introdujo varias monedas en un portavelas moderno, en el que, en función de las monedas que iba metiendo se iban encendiendo las lucecitas de  las velas de plástico, alzando a continuación la vista a la imagen de un Cristo crucificado que siempre, desde niño, me había dado un poco de miedo por lo ténebre del lugar y por el sufrimiento que transmitía su cuerpo lleno de girones y sangre, y cuyos ojos medio entornados y con semblante rígido parecen obsérvate con una mezcla entre benevolencia y clemencia.

Tras haber hecho el trueque, me imagino, de yo te doy a cambio de que tú me des -interpretación que siempre he dado a este mercantilismo eclesiástico-, volvió de nuevo a santiguarse, por tercera vez, a la vez que abandonaba dicha capilla dirigiéndose a la salida.

Me apresuré a salir antes que ella para que no me pudiese ver, sentándome a continuación en uno de los bancos del parque próximo al templo por el que era obligatorio pasar, disimulando con el móvil en la mano, como si estuviese mandando un mensaje a alguien, con el objeto de hacerme el encontradizo con ella y averiguar su repentina actitud tan beata.

Así fue, mi vecina se percató de mi presencia y se dirigió al banco en el que fingía descansar aparentando de no enterarme de nada de lo que sucedía a mi alrededor, y tras el intercambio obligado de saludos, le manifesté que no me había percatado de su presencia en la zona, a lo que me respondió que no es que estuviera ya en el parque, sino que venía de la parroquia de hacer unas gestiones. “¿Gestiones?”, le pregunte, expresión que parecía corroborar esa forma mía de ver la oración llena de peticiones interminables a cambio de una cuantas monedas; manifestándole con cierta sorna, “hija parece que vienes de una gestoría en vez de una iglesia”. Broma que no aguantó y que le llevó a juzgarme de la manera que he indicado antes. “Vecina, no te pongas así”, añadí intentando apaciguar la situación.

Más calmada, tras unos segundos de silencio tenso, me respondió aunque con cierto desaire: “sí, gestiones”, las mismas que hacéis vosotros para jorobar a una institución como ésta que tanto bien hace a la sociedad. “¿Nosotros?” la interpelé con cierto asombro. “Si vosotros, los de la izquierda”, contestó.

Mi buen talante se iba transformando por momentos en un cabreo que me iba carcomiendo por dentro, por lo que mi respuesta obligada fue la de pedirle que no me metiese en el mismo saco que al resto de la humanidad a la que estaba condenando a las penas del infierno por no tener ni la misma conducta ni las mismas creencias que ella, volviéndola a interpelar con una nueva pregunta: “¿y que hacemos, según tú, para jorobar a la iglesia?”. Se quedó pensativa un breve momento, mascullando la respuesta: “intentar quitarle las ayudas, exenciones y beneficios fiscales que tiene”.
“¿y que hacemos, según tú, para jorobar a la iglesia?”. Se quedó pensativa un breve momento, mascullando la respuesta: “intentar quitarle las ayudas, exenciones y beneficios fiscales que tiene”.


Mi asombro iba in crescendo por el juicio al que estaba siendo sometido, como si fuese el único culpable anticlerical del mundo. “Yo no quito nada a nadie”, le dije, añadiendo: “de todas formas, Jesucristo dijo: dar a Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar, aunque entiendo que, como institución debe sobrevivir, pero para eso está la caridad”, concluí a la vez que me despedí de mi piadosa e intolerante vecina. “Adiós vecino”, me contestó con desairé mientras abandonaba el lugar, zanjando el tema con la única frase con la que quienes no tienen razones suelen terminar sus interpelaciones: “contigo no se puede hablar”.

Y allí me quedé, como un pollo al que le quitan el cuello después de haberlo desplumado, susurrando para no crispar más los ánimo: “Ave María Purísima”. Pero ella me contesto: “sin pecado concebida”.

1 COMENTARIO

  1. Me estoy haciendo adicto a esta sección del diván de mi vecina… aparte del sarcasmo de fondo, tiene mucha miga… pero sobre todo la objetividad con la que se tratan los temas con dos posturas opuestas dejando la oportunidad de que el lector coja la que más le interese.

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