¿DIOSES?

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Frío y sombrío, sobre la copa de las nubes, entre la espesa niebla propia de tales alturas. De la memoria de los hombres relegado, pero aún cierto.

Con aquella entrada cercada desde antaño por puertas de interminable visión, hoy chirriantes por el desuso en su apertura, solo imaginada por los antiguos, alguien ha conseguido entrar sin despertar a los presentes del terrible  castigo que es el sueño provocado por el olvido.

De aquella legendaria mesa de las fiestas y bacanales, tan alta como imponente, de uno de sus extremos, descuidado por quien tuvo por obligación su custodia, alguien ha conseguido recoger un poco del néctar y de la ambrosía. La más deseada de las leyendas, la más oscura de nuestras vanidades.

Mercurio, hoy cambiando su mítico emblema alado por el perfil blanco de un vulgar avechucho sobre fondo azul; y su portentoso carro por unas más veloces ondas, ha dado la noticia: el humano tiene en su poder el elixir de la inmortalidad. Elixir en forma de ciencia.
El hombre ha conseguido trasplantar un corazón artificial a un paciente que lo necesitaba sin más dilación, bajo pena de visita a los confines de Plutón. Ha sucedido en Murcia, y ha sido, gracias a los dioses, un éxito.

El hombre ha conseguido trasplantar un corazón artificial a un paciente que lo necesitaba sin más dilación, bajo pena de visita a los confines de Plutón. Ha sucedido en Murcia, y ha sido, gracias a los dioses, un éxito.”

Y aquello que para el resto le ha resultado menos impactante que el secreto de belleza de algunas mortales, o del escaso resultado de un partido entre veintidós tahúres, es el germen de la tan ansiada por todos inmortalidad.

Un poder al que me apunto a mí y a mis cercanos. Prefiero ahorrar como sea para comprar uno antes que para viajar con Caronte, aunque sólo me pida dos monedas. Siempre me mareé viajando sobre el agua, hasta en patinete.

Pero como todo deseo anhelado, hay que tener mucho cuidado. Todo tiene su contrapunto, es ley del universo, y eso no se puede esquivar. Ni siquiera Saturno puede comerse eso.

Y en ese contrapunto entran las primeras advertencias, más de coña que otra cosa:

«Si voy a vivir eternamente, ¿a qué edad me debo casar o «arrejuntarme»? Se va a hacer, nunca mejor dicho, eterno eso de «hasta que la muerte os separe». ¿Se me pasará el arroz alguna vez? ¿Hasta qué edad  dirán los que te rodean que es mejor esperar para tener hijos: los 40, 70, 150, 1000, 4.000.000…?

¿Y para jubilarte (si es que te dejan, claro)? La caja de la Seguridad Social se va al carajo seguro.

Veré deshacerse el país, volver a arrejuntarse, a que Gibraltar sea español, luego marroquí y puede que hasta chileno; que Europa se una con África, luego que se separe de Asia, que se junte con América, que Oceanía acabe pegada a Alaska…

Por cojones veré la evolución del hombre y, si sigue el camino que nos han enseñado a través de Darwing, lo de que nos hayamos autoproclamado «homo sapiens» les va a dar la risa (ya nos da, la verdad). En ese caso ¿nos aceptarán, nos repudiarán, nos exterminarán por el bien del universo? Tendremos que buscar la forma de salir de este planeta, porque Hawking ya ha advertido de que la vida en el planeta se extinguirá por la acción de la propia naturaleza en el, ahora breve y preocupante, plazo de unos 1.000 años; y el Sol «apenas» tardará unos 5.000 millones de años en comerse la Tierra.»

Seguro que cualquier persona que haya dado la primera hora del primer curso de medicina, de una forma clara, concisa, probada y aplastante, me rebate toda esta disertación por la «simple» implantación de un corazón artificial. El envejecimiento de los tejidos, putrefacción,…

Pero para los profanos en la materia, como yo, no podemos hasta tanto sino hacer «locas cábalas» con la evolución de tal descubrimiento, tomando como guía la evolución de otros muchos descubrimientos anteriores a los que otros dijeron que eran locuras: del descubrimiento de la electricidad al corazón artificial; del descubrimiento de la rueda, a los viajes a la Luna… Y la verdad es que la más común causa de muerte (problemas de corazón o parada del mismo), ya no estaría. Tendríamos, poco a poco, más años de vida. Iríamos, con ello, dando nueva vara para medir a Láquelis y quitándole estrés laboral a Átropos para que no corte nuestro hilo. Y con ello investigaríamos sobre evitar dichos otros males: envejecimiento de tejidos, problemas a nivel celular, cerebral…

Y no me vale que me digan que dicho aparato no existe, porque ya lo hemos visto.  O que no se puede poner o no funciona, pues la operación -gracias al cielo- ha sido un éxito. Tampoco que sólo se pondrá a los ricos, pues fue a un mengano como yo. Ni que sólo para jóvenes en casos muy especiales, pues en este caso fue a un señor de unos 70 años cuyo viaje al Elíseo ya tenía reserva.

Tampoco me vale que me digan que es un aparato enorme que no permite una vida autónoma, pues ahí estarán los ingenieros y empresas para hacerlo cómodo, rápido, fiable y económico -con el tiempo- como la evolución del teléfono. Y ya tenemos mini baterías de larga duración, con la carga inalámbrica para poder cargarla a través de una camisa o durmiendo en la cama. Y con ingenieros inmortales, aseguramos la perfección del aparato.

Y es entonces cuando, una vez hechas las chanzas con ocasión de la noticia y la sandez de la posible eternidad, es cuando te planteas otros posibles escenarios, problemas, dilemas… Ya no te planteas posibilidades jocosas, como si será posible no tener un pequeño desliz con tu pareja «en toda tu -ahora inmortal- vida».

Te planteas cuántas veces entrarías en la cárcel, por una cosa u otra. Ya no sería un estigma, sino una parte de la vida, de tu crecimiento personal. Te planteas si una condena por asesinato de 20 años es mucho o muy poco. Porque a día de hoy 20 años es, si hacemos caso a la media que nos dan los seguros, un cuarto de nuestra vida. Suficiente -o al menos debería ser- como para darnos cuenta de lo que hemos hecho, nos arrepintamos, nos reinsertemos y para que la propia sociedad de por pagada nuestra falta. Pero, si tenemos la inmortalidad, ¿qué nos supone 20 años? Menos que lo que canta Gardel. Entonces ¿qué sería lo justo: 100 años, 1.000, 1 millón de años, la ejecución? ¿Te plantearías, sabiéndote inmortal, pasar sólo 20 años en prisión si con ello eliminas de la ecuación a tal fulano que es un asesino, violador, torturador…? Y en el lado contrario, ¿se pararían los cobardes maltratadores en matar a sus víctimas si la condena es de solo 20 años en la eternidad? ¿Deberíamos matarlos antes de tal acontecimiento para prevenir, o nos la jugamos con la esperanza de que acaben siendo buenas personas, aunque sea dentro de 500 años?

¿Habría espacio en este planeta para todos? Teniendo posibilidad todos de vivir eternamente, a buen seguro la población se multiplicaría exponencialmente, y si hoy -que morimos sobre los 80/85 de media- nos dicen que ya es un problema, si no lo hacemos lo será aún más. ¿O castigaríamos a los que no pertenecen al primer mundo, como hacemos ahora, sin darles tal posibilidad? ¿Miraríamos a otro lado limpiando nuestra conciencia comprando un boleto por Navidad o haciendo una puntual aportación a una ONG?

Si no somos lo que ellos quieren, y ya tenemos esa inmortalidad, ¿cómo acabarían con nosotros? ¿Nos dejarán morir de hambre? ¿nos ejecutarán a una edad que ellos consideren, como describía William F. Nola en «La fuga de Logan»? En tal caso, ¿es la inmortalidad Guatemala o Guatepeor?

¿Se negarían los cirujanos a ponerlo con base a una objeción de conciencia? ¿Programarían el fallo los ingenieros que lo diseñan o fabrican? ¿Obligarán las compañías que los fabriquen a que, tras un tiempo, sufran la obsolescencia programada? ¿Y cuánto será ese tiempo? ¿Será justo que lo hagan?  ¿Eso no sería, realmente, «jugar a ser Dios»? ¿No serían todos estos, de hacerlo o no hacerlo, asesinos?

¿Quién merecería ser inmortal? ¿En manos de quién estaría el decidir quién puede ser inmortal y quién no? Los ricos y poderosos tendrán ya asegurada tal virtud, pero para el resto ¿quién lo decidiría? ¿Son ellos más merecedores de dicho privilegio que uno de Somalia? ¿Es mejor Donald Trump que el primo de mi vecino; Putin que tú; Paris Hilton que mi tía?

Me fío de los médicos, que son los que operarían e implantarían el sistema. Me fío de los ingenieros, que harían realmente el aparato. Pero si no me fío de los poderosos a día de hoy, ni de los políticos que tenemos, ¿por qué debería fiarme de ellos para tratar este tema? ¿Quizá debiésemos acabar con todos para «prevenir» un uso abusivo de la inmortalidad, como hacen los Dioses del Olimpo?

Es este el Tormento de Tántalo, que padece eterna hambre y sed, mientras su cuerpo está metido en un lago, y cuyas aguas se retiran de sus labios cuando este se acerca para beber, y sobre cuya cabeza cuelgan frutas, que se elevan cuando quiere cogerlas, con una piedra siempre encima que amenaza con aplastarle.

Es tema, de momento, más de Derecho Natural que Positivo. Necesitaríamos profundizar en ello a través más de un planteamiento filosófico que legislativo. La ciencia siempre va por delante del Derecho, pero no debería ir por delante del razonamiento. Hay veces que el hecho sobreviene, y no hay manera de preverlo, pero hay casos en los que, por muy loca que parezca la idea, va a venir. Y más vale empezar ya antes que lamentarnos.

© David Breijo Martínez

Abogado

 

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