COCHÓFOBOS, COCHÓFILOS Y COCHOCANTES

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Hay palabras que surgen para quedarse más allá de que sean inventos de un momento particular, y cochófobos, gracias corrector por recordarme que no existe, es seguramente una de ellas.

Efectivamente no existe en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua esta palabra, como no existen tampoco cochófilo, o cochocante, pero son términos que una vez pronunciados todo el mundo entiende.

Solo un pero, solo una aclaración, al hablar de cochófilos y de cochófobos nos estamos refiriendo a coches y no a cochos, cerdos, puercos, marranos. Tal vez los términos cochéfilos y cochéfobos serían menos equívocos, pero son también menos rotundos y, en todo caso, no son los elegidos por la señora Aguirre para su discurso.

No cabe duda que allí donde surge un fobos se insinúa un filos, y que ambos términos se definen por antagonismo respecto al otro. Cochófilo es aquel que usa el coche para la realización de cualquier actividad a realizar, incluso no siendo necesario. Es una actitud bastante extendida y particularmente llamativa en poblaciones pequeñas donde hay gente que usa el coche para desplazarse menos de un kilómetro. “Es que está en el otro extremo del pueblo”, suelen oírse decir a los que gastan más gasolina en el acto de arrancar el coche que en el desplazamiento mismo.

Cochófobos, sin embargo, acoge en su sonido a aquellos que no utilizan el coche salvo para ocasiones en las que no encuentran otra posibilidad de desplazamiento o a aquellos que se sienten molestos, indignados o agredidos por la utilización del vehículo a motor por parte de los demás.

Y he aquí que apreciamos la primera característica peculiar de las fobias respecto a las filias, al menos de esta. Mientras la filia es una actitud particular, personal, la fobia se proyecta con mayor intensidad sobre los ajenos que sobre el individuo que la ejerce, o padece.

Son cochófobos todos aquellos que buscan, de pensamiento, palabra u obra, – je, me suena-, toda acción posible para la erradicación del automóvil como medio de transporte personal bajo una excusa o argumentario cuyo fin último no se explicita, la cochofobia, enumerando a cambio toda una serie de ventajas o beneficios irrenunciables. ¿Se puede considerar que los argumentos aportados son falsos? No, con seguridad no, pero a poco que escarbemos podremos percibir que no son el objetivo último de las medidas.

Desde hace años el conductor, y por ende su vehículo, es el objeto inmisericorde de una recaudación encubierta y que, en muchos casos, traspasa, con la impunidad que da el tener la sartén por el mango, la legalidad e incluso la razón.

La guardia civil de tráfico, los agentes de movilidad, la policía municipal, se dedican a perseguir y multar al conductor antes que a educarlo. Radares, zonas de estacionamiento regulado, límites de velocidad inexplicables, cámaras para semáforos en rojo… todos elementos recaudatorios justificados bajo la falsedad argumental de la protección del conductor, el medio ambiente o la fluidez del tráfico.

“La guardia civil de tráfico, los agentes de movilidad, la policía municipal, se dedican a perseguir y multar al conductor antes que a educarlo. Radares, zonas de estacionamiento regulado, límites de velocidad inexplicables, cámaras para semáforos en rojo… todos elementos recaudatorios justificados bajo la falsedad argumental de la protección del conductor, el medio ambiente o la fluidez del tráfico”


No, la administración, perdón, las administraciones, sean del color que sean, sean del nivel que sean –estatales, regionales, provinciales o locales- sufren de una cochofilia perversa. Ansían desmesuradamente, con ilegalidad manifiesta a veces, el dinero que la multitud de coches depara. Porque, desengañémonos, la seguridad les importa un ardite. Si les importara la educación vial sería una asignatura obligatoria y prioritaria en los colegios y no lo es. Si les importara la seguridad de las personas habría controles preventivos en las zonas de mayor riesgo de consumo, no en medio de una carretera y con el objeto de sancionar. Si les importara lo más mínimo la integridad de las personas el carnet de conducir se daría mediante un auténtico examen de pericia y habría que renovarlo demostrando algo más que la simple capacidad de mover el volante correctamente, a veces ni eso. La inmensa mayoría de las leyes y normas que atañen a la circulación son, sin duda por mi parte, puramente recaudatorias, circunstancia que además es del dominio público por lo que simplemente sufren el descrédito más absoluto.

Entonces, ¿lo que decía la señora Aguirre de la cochofobia?

Efectivamente. Es casi inevitable comprobar que el ayuntamiento de Madrid en particular, aunque no es el único, apunta maneras de cochófobo impenitente. Las medidas contra la circulación de vehículos sin ningún tipo de garantía, planificación o mínima información, nos hacen pensar que, más allá de las razones, seguramente reales, esgrimidas se esconde una clara fobia a los vehículos no públicos.

Las medidas se antojan, en primer lugar, injustas. Veamos:

  1. Perjudica a los que menos tienen. El que tiene más de un vehículo puede permitirse tener uno par y otro impar. Solucionado
  2. Perjudica a la pequeña empresa. Si se dedican al reparto, a la reparación, a la distribución o a la representación, tendrán que dejar de trabajar los días que su matrícula no coincida con las autorizadas, o hacer un desembolso extraordinario los días en que esté prohibido aparcar.
  3. Perjudica a los comerciantes. Menor movimiento de gente, menor movimiento de comercio.
  4. Perjudica a los trabajadores, muchos de los cuales trabajan a bastante distancia de su lugar de residencia y el vehículo particular es el único medio que tiene para evitar desplazamientos de horas que impedirían su conciliación familiar.

En segundo lugar perjudiciales: la falta de planificación, la decisión se toma cuando algunos de los perjudicados ya están durmiendo y se encuentran con la medida en vigor a la hora de salir hacia su trabajo y sin posibilidad de paliar el perjuicio que le ocasionen.

En tercer lugar son casi absolutamente ineficaces en una situación real de riesgo: da lo mismo el número de vehículos que se restrinjan si parte de esos vehículos contaminan indiscriminadamente por no tener un mínimo de mantenimiento, incluso algunos públicos. Da lo mismo que se prohíba la circulación si no se prohíben determinados tipos de calefacción que contaminan mucho más que los vehículos.

Podríamos sacar incluso a relucir la exagerada contaminación  que producen las ventosidades animales, pero a lo mejor me acusaban de mascotófobo, y, sin descartar que lo sea, me abren otro frente que no toca.

En fin, que el tufillo cochófobo es inevitable. Y si algo me duele es que algunos de estos cochófobos son además cochocantes(*). Ahí es ná.

(*)Cochocante: Es aquel que es cochófobo respecto a los vehículos ajenos y cochófilo respecto al propio.

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