CATALUÑA. EL TERCER ROUND

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Rajoy Quim Torras
Un o una catalanista-independentista ve el procés como una lucha contra el Estado español y, como en toda lucha, la propaganda negativa institucionalizada del enemigo juega un papel importantísimo, no surge de la reflexión propia del individuo o individua en cuestión, sino de un guión predeterminado, enseñado y aprendido. La destrucción del enemigo por cualquier medio es válida, sobre todo cuando la política es la que lleva las riendas.
Para un o una españolista-constitucionalista, lo mismo, pero al revés.

Luego, los hay de los que no saben, no contestan; algunos porque no tienen criterio y otros porque pasan, por aquello de que la vida dura dos días y hay que aprovechar el tiempo. Vamos, vivir a tope y con las menos preocupaciones posibles, no siendo que nos de un yu-yu por pensar un poco más de lo habitual; también, porque, los dolores de cabeza son muy malos.

Y, por último, y aquí es donde nos encontramos una minoría, que no nos creemos que los malos sean tan malos, ni los buenos tan buenos y, por lo tanto, no se trata de destruir a nadie; sino de buscar soluciones.

Para los patriotas, tanto de Cataluña como del Estado español, parece que la única solución aceptable es rememorar aquellas batallas épicas del pasado, donde la fuerza es la única opción posible para alcanzar el éxito. La destrucción del enemigo, en el caso de los catalanistas-independentistas, fundamentada en un Estado opresor que no quiere reconocer el derecho a la autodeterminación de un pueblo,  y en el caso de los españolistas-constitucionalistas, en la lucha de unos iluminados-violentos por fragmentar la indisoluble unidad de España.

Dos posicionamientos contrapuestos, dos grupos enfrentados, si es necesario a muerte, porque nadie tiene la intención de bajarse los pantalones, donde el fragor de la batalla no les deja ver la realidad ni a unos, ni a los otros.

El empecinamiento de ambos revela la escasa categoría de políticos que se encuentran metidos en el ajo, su escaso y corto punto de mira, y un ordenamiento jurídico vapuleado por ambas partes. Por los propios constitucionalistas que manipulan la Constitución a su antojo, respetándola cuando les viene en gana, y por los independentistas que, al no tener apoyo su pretensión en el derecho interno, acuden al derecho internacional, eso si con una visión sui géneris, porque el derecho de autodeterminación que argumentan como base de su lucha, no es aplicable al caso de un Estado democrático, legítimamente constituido, donde su Carta Magna, en nuestro caso la Constitución, no prevé tal posibilidad, lo cual pasa a ser considerado como una secesión.

“El empecinamiento de ambos revela la escasa categoría de políticos que se encuentran metidos en el ajo, su escaso y corto punto de mira, y un ordenamiento jurídico vapuleado por ambas partes.”

Es la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos de Nueva York (1966) que, si bien arranca diciendo, que: “Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación”–, sin embargo, y esta sería la segunda pincelada, la Corte de La Haya en numerosas sentencias interpreta la resolución 2625 (párrafo 80) donde se recoge este derecho, de la siguiente manera: “Ninguna de las disposiciones de los párrafos precedentes se entenderá en el sentido de que autoriza o fomenta cualquier acción encaminada a quebrantar o menospreciar, total o parcialmente, la integridad territorial de Estados soberanos e independientes que […] estén, por tanto, dotados de un gobierno que represente a la totalidad del pueblo perteneciente al territorio, sin distinción por motivo de raza, credo o color”, lo que se conoce con el nombre de secesionismo.

Bien es cierto que, la Resolución del mismo Tribunal de 22 de julio de 2010, por citar una mas reciente, en respuesta al requerimiento de la Asamblea General de la ONU, sobre si la declaración unilateral de independencia de Kosovo, proclamada en el 17 de febrero de 2008, era o no conforme al derecho internacional; declarándose al efecto que, no existe en el derecho internacional ninguna ley que prohíba las declaraciones unilateral, por éste hecho éstas deben consideradas conforme al derecho internacional.

Esta última resolución que los independentistas esgrimen para fundamentar su derecho, no deja de ser una referencia engañosa, en tanto, en cuanto que Cataluña no es Kósovo, siendo palmarias las diferencias: la primera es que en Kósvo se produjo una expulsión de 700.000 de sus ciudadanos a cargo del Gobierno central; la segunda fue la supresión violenta de su Administración propia (como decretó Belgrado); la tercera una asfixiante ocupación policial y militar (como desplegó el mando de la federación); la cuarta es que no ha tenido que ser liberada de nadie por un Ejercito internacional (la KFOR, sustentada en la OTAN); y la quinta y la última es que Kósovo ha estado casi un decenio bajo la administración tutelar de la ONU, entre 1999 y 2008, que recomendó, al fin, su independencia.

Pero, independientemente de la cuestión legal, otra cuestión de fondo importante en este litigio entre Cataluña y el Estado español, está en el hecho de la existencia de un gobierno débil en este último, aparte de un gobierno de derechas poco dado a los cambios constitucionales y mucho a la represión mediante el uso de la fuerza policial estatal y Guardia Civil para repeler la demanda de unos ciudadanos que piden la instauración de una república independiente; algunos no de forma pacífica, sin ni siquiera haber intentando antes una vía de negociación o salida a la imposible materialización de un pretendido derecho a la autodeterminación que no existe, salvo que hubiese una reforma constitucional que hiciese posible el cambio que se demanda.

Dicho de una manera más coloquial, nos encontramos ante un dialogo de besugos  o tal sería más preciso decir, de borregos, que no quieren ceder un ápice de sus posturas iniciales: pero, además, un diálogo engañoso y pertinaz de demonización del contrario, traducido en una lucha que cada día alimentan más el odio entre personas y entre territorios, donde la única solución es el dialogo limpio y sin prejuicios y, mucho menos la imposición, por parte de ambos, por los constitucionalistas y los secesionistas.

“… nos encontramos ante un dialogo de besugos  o tal sería más preciso decir, de borregos, que no quieren ceder un ápice de sus posturas iniciales: pero, además, un diálogo engañoso y pertinaz de demonización del contrario, traducido en una lucha que cada día alimentan más el odio entre personas y entre territorios

Una reforma constitucional que, además, debe pasar sin lugar a dudas por la reforma de la cámara de representación territorial, en la que realmente estén representados los intereses de cada una de las Comunidades Autónomas que conforman el Estado y, no solamente como una cámara de veto a las leyes que emanan del Congreso de los Diputados.

Nos encontramos ante una situación que cada día se alimenta más y más de un antagonismo irreflexivo y provocador al orden constitucional vigente que con la elección de Quim Torra, como segundo presidente independentista de Cataluña volverá a la declaración de una república cuya instauración no es posible; y un Rajoy que, aferrándose a la indisoluble unidad de España volverá a aplicar la misma medicina que utilizó la vez anterior con Puigdemont. Y, las mentiras seguirán, por una y por otra parte, para alagar un proceso que empieza a ser algo más grande que un problema de Estado, pasando a ser un problema entre españoles, entre familias, que más pronto que tarde puede dar lugar a una convulsión social alimentado por ese patriotismo de imposición por ambas partes.

Estamos en un momento de cambio demandado por una gran parte de la sociedad española, de un cambio político y social en el que tienen que cambiar las reglas del juego, la forma de hacer política, la forma de representar de manera real a los ciudadanos mediante unas elecciones con listas abiertas donde los representantes no se impongan por un determinado partido y con arreglo a un proceso electoral donde cada voto valga como tal en cualquier circunscripción electoral, es decir, una persona un voto; donde la economía no responda sólo a los intereses de unos cuantos, sino a los intereses de los ciudadanos, donde los más protegidos sean los más débiles del sistema; donde los políticos no utilicen la política en su propio beneficio, donde se garanticen y respeten todos y cada uno de los derechos fundamentales que proclama la Constitución, donde se de respuesta a situaciones como de la que estamos hablando sin necesidad de odiarnos y enfrentarnos los unos a los otros, donde a los ciudadanos se les respete como auténticos depositarios de la soberanía nacional, a todos, sin distinción.

Pero, para este cambio debe existir una disposición al dialogo de políticos de talla, que no mientan, manipulen, acosen; así como de unos ciudadanos con la suficiente madurez democrática para no sucumbir a la confrontación a la que nos están abocando, y, a la que muchos están cediendo con el único interés de calentar el ambiente, porque no saben hacer otra cosa o no son capaces de hacerlo y, también porque, quizá haciéndose notar saquen algo de provecho personal.

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