EL DIVAN DE MI VECINA. DOS RAZONES CONTRAPUESTAS

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Como ya ha habido quien me ha tachado de machista por esta sección, bajo el argumento de que quien es protagonista pertenece al sexo femenino, quiero que me permitan hacer una pequeña reflexión que, no es otra, que afirmar que la estupidez no conoce de géneros, pero sobre todo dejar claro que yo no tengo la culpa de que mi vecina sea mujer y que tenga algún defectillo que otro, como también los tengo yo y, quizá más grandes que ella, al igual que tampoco tenga la culpa de que ella piensa de una manera muy distinta a la mía. Por eso he decidido hoy contaros mi último encuentro con ella del que he salido escaldado, pero no como un gato, quizá más inteligente que yo por aquello de que el “gato escaldado del agua fría huye”, sino como un hombre que tropieza, no sólo dos veces, sino trescientas o más veces, sobre la misma piedra. 

 

Todo empezó en uno de los muchos encuentros esporádico con mi vecina en el rellano de la escalera y en el hecho de equivocar lo legítimo con la falta de respeto, o lo que es lo mismo, las “churras con las merinas”, al aferrarme a los estereotipos, a los que se ha aferrado también ella en otras ocasiones, pero, como no supone un argumento válido apoyarme en algo que otra persona hace mal para hacer yo lo mismo, no quiero recordar aquí mis vivencias con ella y sus equivocaciones para justificar las mías, cada uno es responsable de lo que dice y de lo que hace.

Como en estos momentos parece haberse detenido la vida en nuestro país no  hablándose de otra cosa que de política y como el tema catalán lo tenemos presente hasta en la sopa, lo cual no deja de ser bueno aunque haya quien piense lo contrario, por el debate social que ha originado; salté como un animal, y nunca mejor dicho, sobre su presa, cuando a la espera del ascensor y ante el comentario de que la “están liando parda”, de arremeter contra ella calificándola de intolerante sin causa. “¿Sin causa?” contesto ella, “yo tengo mi causa, como tú tienes las tuya”, añadió. “¿Cuál es tu causa”?, pregunté yo ahora, a lo que me respondió de nuevo: “La unidad, el orden social, la convivencia en paz”. No hubo más palabras, llegamos al portal y dándome ella un beso de refilón en la mejilla, se despidió para seguir con sus cosas.

“Unidad, orden social, convivencia en paz”, fueron las palabras que durante toda la mañana estuvieron rezumbando en mis oídos con la misma fuerza con la que ella las pronunció, lo que hizo que mi cabeza no parece de dar vueltas a su significado, llegando al convencimiento que, aunque para ella no tenían el mismo que para mi, pues ya conocemos ambos y los que me leen nuestra forma de pensar; sin embargo el error fue calificarla de “intolerante sin causa”, pues legítimo es para ella pensar como le de la gana, al igual que yo, y luchar o defender su causa como  yo la mía.

Una vez me dijo alguien en respuesta a un comentario mío en las redes sociales la tendencia de muchos a hacer argumentos ad hominen, dicho de otra manera, recurrir a la descalificación cuando no se está de acuerdo con alguien, recurriendo a la falacia de minimizar la opinión del contrincante atacando a la persona en vez de al argumento, valga como ejemplo el opinar que por ser de derechas, vestir de una determinada manera, ser negro o blanco…, alguien no puede tener razón,

Pienso, y con esto creo no caer en falacia alguna, que nada nos puede otorgar más poder que el de la propia razón, que no es otra cosa que la capacidad que tenemos los seres humanos para que de acuerdo con nuestros conocimientos e información de la que disponemos establezcamos relaciones entre ideas y conceptos para llegar a formular una conclusión o un juicio sobre algo en concreto, haciendo que este juicio no tenga que caer en la descalificación para demostrar que estamos en lo cierto,  y que los que

 “Pienso, y con esto creo no caer en falacia alguna, que nada nos puede otorgar más poder que el de la propia razón”

no piensan como nosotros están equivocados. Aunque también, es necesario para no ofender a nuestro interlocutor que dicho juicio o conclusiones sean emitidos con el máximo respeto, y no me refiero al respeto del que muchos hacen gala, de decir “eres un necio o un tonto con todos mis respetos”, porque sólo el propio argumento si esta basado en la razón “nuestra razón”, es el que se tiene que abrirse camino ante la razón del contrario, y sino lo hace será porque la del contrario tiene la misma solidez y validez que la nuestra; o porque, y esto ya no tiene solución y suele suceder muy a menudo, porque el que tenemos enfrente tengan las entendederas tan mermadas que no vale la pena seguir hablando con él. Buena gana de peder el tiempo.

Es obvio que nadie somos perfectos, que nuestros conocimientos son limitados, que tendemos a globalizar lo que son nuestras convicciones, vivencias y pensamientos, sin darnos cuenta que más allá de nuestro pequeño mundo existen tantos mundos como el de personas existen en este planeta del que hemos hecho nuestro hogar. En eso se basa la tolerancia, en escuchar y argumentar con la mente tan abierta como para que nos podamos plantear en un momento del diálogo o discusión, que el otro puede tener razón.

Así pasé la mañana, dando vueltas a las palabras de mi vecina y a mi estupidez de no pensar que lo que ella piensa puede ser una causa tan legítima y válida como la mía, que dicho sea de paso, a estas alturas de la película creo que el que no tiene causa soy yo, porque pensar en un mundo sin fronteras y sin banderas, quizá sea algo tan utópico que luchar por ello sería como darme con la cabeza en una piedra. Así que, cuando volví a casa, antes de abrir la puerta para entrar en ella llamé a la de mi vecina reclamando me invitase a un café en el diván de siempre para poder disculparme de mi intolerable y estúpido comportamiento.

 

3 COMENTARIOS

  1. Más quisiera yo ser tu vecina, estoy viendo como todos nosotros el uso de la intolerancia y la incontinencia continuos apoyados en notas, textos y links cocinados a medida que aceleran la bronca.

  2. Feliciano, me consta que ni eres machista, y que está sección es una ficción, queriendo resaltar la intolerancia en los últimos meses generalizada por el tema de Cataluña, donde los insultos y la descalificación es la tónica general. Es insoportable tanto a adoctrinamiento y seguidismo, en este caso, sin causa más que la confrontación y el odio.

  3. Yo diría que los dos tenéis vuestra parte de razón. El problema estriba en que “la paz, la tolerancia y el orden social” se encuentran a la baja. Por que, me preguntarás tu? Pues porque la pérdida de valores en la sociedad es un hecho tangible y entre esos valores están la tolerancia, la empatia o la capacidad de debatir con argumentos, razonamientos que desarmen al contrario (de la ignorancia ya hablaremos en otro momento).

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