Nerea antes de existir ya tenía vida. A su llegada, Nerea ya llenaba los huecos de las pipetas vacías del laboratorio empírico de la vida. Sus ojos grandes todo lo observaban.
Nerea creció feliz hasta que un día se rompió la torre de cristal desde donde veía la vida. Sus pensamientos como un líquido caustico dejaban huella en su alma. Pasó de ser libre como el mar y el viento a estar presa en su propia existencia. Sus partículas se extinguían a medida que la vida pasaba buscando soluciones terapéuticas a esa metamorfosis corrosiva de su mente y de su cuerpo, soportando el dolor inhumano de su piel en carne viva.
Nerea era valiente, decidida, y mientras curaba sus heridas quedaban en su recuerdo cada una de las cicatrices que iban dejando, resurgiendo como un ave fénix de sus propias cenizas.
Tan fuerte y resolutiva era Nerea que, a veces, su energía era absorbida por quienes la rodeaban y buscaban en ella el sustento de su vidas, que ella conocía mejor que nadie; hasta que un día se agotó la luz que guiaba sus pasos del esfuerzo en proteger a quienes amaba para que no sufrieran. Nerea se había transformado en una muñeca de trapo. Sus ojos ahora inertes y sin brillo cambiaron su semblante. Ya no era visionaria.
Nerea ya no podía curarse, necesitaba ayuda porque su cuerpo, ahora de trapo, se había transformando en una loneta desgarrada por el sol. Sus brazos caídos pegados a su agónico cuerpo, como si fuesen de plomo, le impedían abrazar la vida. Ya no tenía la ternura del abrazo, ni la suavidad exquisita que requiere una tierna caricia. Sus piernas ya no eran los pilares que la sostenían.
El hilo del trapo que fruncía su vida se deshacía. Ya no hablaba, sólo un lamento de vez en cuando que los demás no oían. Tanto se había desgastado su cuerpo que Nerea se extinguía.
Persona Altamente Sensible… muchos y muchas nos sentimos así, pero no lo sabemos expresar tan bien como lo hace Amparo Perianes en este relato… También somos tan egoístas que no oímos la petición de ayuda de quienes tenemos a nuestro alrededor.
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