NARRATIVA. IDÉNTICAS

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7:00 a.m., suena el despertador.

Hoy me cuesta la vida misma salir de la cama, pero tengo que prepararle el desayuno a María o no llegará a tiempo al colegio. Bajo las piernas, noto el suelo frío bajo las plantas de los pies. Parece que su efecto me vigoriza. Voy hasta el baño. Me miro al espejo. Veo una mujer que aparenta más años de los que tiene, con el tinte color rojo número 7 empezando ya a deslucirse. ¡Y vaya ojeras! No debería quedarme hasta tan tarde estudiando, pero no me queda otra. Lo hago por María, para darle una vida mejor. Bueno, y por Fran. Hay que ver lo bueno que es conmigo, todo lo que me ayuda. Nunca protesta. Pero sé que no le gusta mi actual empleo. Empleo, por llamarlo de algún modo. Los exámenes de acceso son a finales de mes y tengo que conseguir aprobarlos. No, no tengo que conseguirlo. Voy a conseguirlo. Siempre he sido una chica lista, o eso decían mis profesores en el instituto. Estudiaré enfermería y conseguiré un buen puesto en algún hospital o clínica. Pero de momento, toca preparar el desayuno, llevar a María al colegio y salir a trabajar. Hoy no conseguiré tanto dinero, no puedo estar tantas horas. Le prometí a María que la llevaría a casa de su amiga a las 18:00. Ya la oigo trotar por el pasillo desde su habitación. A Fran hoy le ha salido una chapuza en el barrio y no llegará hasta la hora de comer. Al menos podrá recoger a la niña y ocuparse de que coma a su hora mientras yo trabajo. Mientras María desayuna sus cereales viendo los dibujos, aprovecho para meter en el bolso un vestido y unos tacones. Comienzo a maquillarme frente al espejo. Rímel, sombra de ojos, polvos compactos, barra de labios. Las pinturas de guerra del día a día.
Después de dejar a la niña en el colegio, de saludar a las demás madres y no sentirme a mí misma como una extraña, llega el momento de ponerme la máscara. Saco el vestido y los tacones del bolso y voy en el coche hacia mi zona habitual. Ahí ya nos conocemos todas y no hay percances. Me sitúo cerca del portal en el que siempre me pongo y espero. Muestro mi mejor sonrisa a todo aquel que mira durante más de un segundo. Nunca se sabe quiénes pueden ser clientes o no. Sigo esperando. La crisis se ha cebado con todos los sectores y este no ha sido menos. Al fin se acerca el primer cliente. Es Ignacio, un habitual. Es limpio y educado. No todos son así. Algunos son verdaderamente repugnantes. Nos encaminamos hacia el hotelito que hace esquina y pido lo de siempre. Ignacio paga. Subimos a la pequeña habitación y hago lo que tengo que hacer. De momento no me queda más remedio si quiero pagar las facturas. Con los trabajos puntuales que le salen a Fran no nos alcanza. Pero eso cambiará. Aprobaré los exámenes, estudiaré por las noches y conseguiré un buen empleo. Cuando salgo del hotel, llega otro cliente. Parece que está siendo buena mañana. Podré comprarle unas zapatillas nuevas a María. Las que tiene están demasiado viejas y en invierno se le mojarán los pies. Otro cliente más. Huele a humo de cigarrillos, orujo y naftalina. Cierro los ojos y me concentro en hacer mi trabajo. Repaso mentalmente la lista de la compra. A la vuelta tengo que comprar cereales, María se los ha acabado esta mañana. Y yogures. A Fran le gusta desayunar yogures. Que ganas tengo de llegar a casa. De darme una buena ducha. Hoy puede que hasta llene la bañera. Ha sido una buena mañana y por despilfarrar un poco de agua caliente un día no pasa nada. Fran seguro que lo entenderá. Siempre lo entiende todo. Incluso con María, a pesar de que no sea hija suya. Tengo que ser fuerte. Por ellos dos. Pero sobre todo por mí misma. Porque sé que puedo serlo. Porque estoy orgullosa de serlo.

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