LA VUELTA AL BIPARTIDISMO, SIN SORPASSOS

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Todos preocupados porque se repiten las elecciones. Que si cuesta mucho dinero, que si se podría dedicar a temas sociales, que los españoles están hartos de votar… Lo dice hasta Rufián ese lobo/secesionista con piel de oveja/buenista. En Cataluña, siempre con la matraca de que “votar no es delito” y ahora preocupados en no saturarnos. ¡Valgui em deu!

Los más interesados en que volvamos a votar, digan lo que digan, son el PSOE y el PP. Ambos aspiran a recuperar votos “perdidos” –perdidos por ellos, ganados por otros–, es el fin del cuatripartidismo, es la vuelta al bipartidismo sin sorpassos. 

El problema en España es que el sistema electoral permite hacer política con las convocatorias electorales; digamos que es parte del juego. Es decir, la estabilidad política tan cacareadamente reivindicada por todos, depende, no del sistema, sino de las intenciones o intereses espurios de los partidos… mejor dicho de los dirigentes de turno. Pedro Sánchez siempre fue un líder débil, el peor que los “PSOEistas” pudieran desear, pero el juego de la falsa democracia interna les situó en una situación de dependencia de un ególatra e incompetente dirigente. Y, de paso, a toda España. 

Todo proceso electoral cuesta dinero, otra cosa es que ese gasto se racionalice. Empezando, tal vez, por eliminar el buzoneo electoral y facilitando, por otro lado, la presencia mediática de todas las candidaturas sin cortapisas y en igualdad de condiciones, incrementando los debates televisivos con todas las candidaturas. Ahorraríamos mucho gasto en cartelería. Al fin y al cabo, todos sabemos que las elecciones se deciden en la televisión. 

Para dar estabilidad electoral al país –España, no Estado español– hay que cambiar el sistema electoral. Es decir, garantizando que la elección del poder legislativo no se repita innecesariamente, salvo causa mayor. Si queremos elecciones cada cuatro años:

Lo primero es garantizar la igualdad de todos los españoles a la hora de votar. Puede que me repita: ¡No somos iguales! Mi voto como barcelonés (IPV=0,80) vale casi dos veces menos que el de un leridano (IPV=1,34) antes de votar; luego, una vez votado, la diferencia se incrementa en función de a quien vote. Si un sevillano tiene un IPV de 0,79 antes de votar, un votante de Ávila triplica su valor (IPV=2,31). Realizada la votación, un votante de C’s de Ávila tiene un IPV de 3,89 frente al 0,83 de Unidas Podemos y al 0,54 de VOX, ambos en Sevilla. 

Para garantizar esa igualdad hay que repartir los escaños en circunscripción única. Ya he explicado en otros artículos como garantizar representación en todas las provincias. 

Lo segundo, garantizar el derecho de los ciudadanos a la información de todas las candidaturas que se presentan. Lo que significa eliminar las cuotas de pantalla en función de resultados electorales precedentes.

Lo tercero, instaurar un sistema de elección de gobierno que garantice la gobernabilidad. Acortando los plazos para la formación de gobierno mediante negociación entre grupos parlamentarios e instaurando un sistema que permita la elección directa por los españoles del Presidente de Gobierno de entre los dos que obtengan más votos en el Congreso de los Diputados, en votación única. El gobierno así elegido debería tener ciertas salvaguardas, por ejemplo que una moción de censura necesitaría superar en el Congreso el porcentaje de voto popular obtenido, o que unos presupuesto generales sin aprobación exijan la moción de confianza del gobierno de turno.

La circunscripción única garantiza la igualdad de voto. Sobre todo, si asumimos un sistema sin mínimos para acceder a escaño y un sistema de reparto Hare en sustitución del D’Hondt. Esto llevará a un Congreso de los diputados más plural, con más partidos. Esa es la realidad de Holanda e Israel, pero ciertamente parecen tener más tradición de pactos para gobernar (sin entrar en valoraciones político-ideológicas).

Dada nuestra falta de tradición, bueno es garantizar el sistema con esa tercera vuelta.Digo tercera porque no es una segunda vuelta propiamente dicha al estilo francés donde se juegan la elección de escaños. 

Con el sistema de elección de presidente por los electores incrementamos el papel, en primer lugar, de los ciudadanos ante un bloqueo parlamentario y, en segundo lugar, del mismo Congreso de los Diputados al tener que elegir en votación única y tras presentaciones, ponencias y debates a los dos candidatos para presidente. 

Ciertamente, se podría optar porque dicha elección fuera entre los dirigentes de los partidos más votados, pero ello resta valor al Congreso y devalúa la democracia. Es más, ello permitiría visualizar a los grupos parlamentarios, con pactos o sin pactos, que dan apoyo a un candidato no necesariamente cabeza de lista por Madrid. El juego democrático puede ser mayor y la valorización del Congreso también.

La realidad es que el Congreso en una situación de impás, como la vivida hasta hoy, tiene una utilidad baja y una imagen penosa.

Cesarismo mesianista y miedo escénico

El mesianismo se ha instalado en los grandes partidos nacionales. Los líderes marcan la línea política, los equipos de análisis trabajan para adaptarse a los deseos del “césar” de turno. Eso es evidente en PSOE, Podemos y Ciudadanos. Pedro Sánchez ha marcado con mano de hierro su apuesta por unas nuevas elecciones para machacar a Pablo Iglesias y toda la maquinaria ha trabajado en elaborar ese relato imprescindible: “la culpa es de los otros”. 

Pero, además, el miedo escénico ante las nuevas elecciones que se avecinan nos ha obsequiado con momentos de histriónica y rabiosa egolatría de Pablo Iglesias y con extrañas e imposibles propuestas de última hora, fuera de tiempo, del endiosado Albert Rivera. 

En Vox siguen encantados de conocerse; Abascal se conforma con tener la “verdad”. Tal vez, la debilidad del liderazgo de Pablo Casado ha permitido que su equipo le marque líneas de trabajo, dejarse la barba para dar imagen de seriedad, por ejemplo, y que se nos ponga “positivo” lanzando un órdago para comerse a sus rémoras o parásitos ideológicos (C’s y Vox) con la precampaña electoral de España Suma.

Vuelve el bipartidismo ¿Quién dijo que había muerto?

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