​MOTOLINÍA: SIN RENCILLAS NI ENEMISTADES

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Motolinía había advertido notables diferencias entre los diferentes pueblos de lo que se denominó Nueva España y conocía las continuas luchas a que se sometían unos contra otros. Él admiraba a los indios que pasaban sus vidas sin rencillas ni enemistades y que “salen a buscar el mantenimiento a la vida humana necesario, y no más”. Personas, decía, que no se desvelaban en adquirir ni guardar riquezas, ni se mataban por alcanzar estados ni dignidades.

 

Por esto llegó a afirmar que: “estos indios que en sí no tienen estorbo que les impida para ganar el cielo, de los muchos que los españoles tenemos y nos tienen sumidos, porque su vida se contenta con muy poco, y tan poco, que apenas tienen con qué se vestir ni alimentar”.

El fraile franciscano declaraba con estilo directo, y sin tapujos, las ásperas descalificaciones, injurias y murmuraciones que caían sobre los suyos, porque hacían ‘abajar’ los tributos y “defienden a los indios y los favorecen contra nosotros”. “De esta manera ponían los frailes la paciencia por escudo contra las injurias de los españoles, cuando ellos muy indignados decían que los frailes destruían la tierra en favorecer a los indios, y que algún día se levantarían los indios contra ellos; los frailes para mitigar su ira respondían con paciencia”. Así que estos replicaban: “Vuestras conciencias descargamos; porque cuando de ello os encargasteis, fue con obligación de enseñarlos; y no tenéis otro cuidado, sino que os sirvan y os den cuanto tienen y pueden haber”.

Pero Motolinía no incurría en los excesos de Las Casas, que a los frailes les hacían perder limosnas y les procuraban aborrecimiento.

Muchos de aquellos frailes llamados menores habían aprendido las lenguas indias y eran conscientes de que “hay razón que se vuelvan a remediar a los indios que son tantos, y tan necesitados de remedio; y aun con estos no pueden cumplir por ser tantos, es mucha razón que se haga así, pues no costaron menos a Jesucristo las ánimas de estos indios como las de los españoles y romanos, y la ley de Dios obliga a favorecer y a animar a éstos que están con la leche de la fe en los labios, que no a los que la tienen ya tragada con la costumbre”. 

Sí, este razonamiento impresiona por su radicalidad. 

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