LA ÚLTIMA CARRERA

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Gracil parecías montado en tu yegua,

crisol de azabaches pulidos con tu cerdas de hiel.

El sillaje, manto arropador que encorva su espalda,

presagio del frío infierno.

 

 

Cerbero con patas de muelle,

púgil de carreras dopado de oxitocina,

tosco rufián escondido bajo armazón de acero,

nómada tribal sin domar, amaestrando a su yegua.

 

 

Se alinean los dioses sobre el Circo Máximo;

de fondo: Palatino y Aventino;

afuera cíclopes, pegasos, centauros y Arión,

el inmortal de pezuñas negras.

 

 

Dan salida y comienza el sacrificio.

Retumba el vaivén de la fusta

la fuerza bestia del poseído por demonios.

Bridas por cadenas de hierro como a la yegua de Heracles,

la devoradora de hombres.

 

 

He ahí el erguido cerbero,

custodiando la entrada el infierno,

fornicando las leyes del juego.

 

 

Yace la yegua inerte en el suelo.

Se le olvidó al montador de Sade

que ya nadie puede salir de las puertas del infierno.

 

 

 

 

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