UN FILÓSOFO ENAMORADO

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Antes de cumplir los 18 años de edad, Hanna Arendt llegó a tener como profesor a Martin Heidegger, quien entonces tenía 35 años, estaba casado y tenía hijos. Era el curso 1924-25. No tardó en establecerse entre ellos una relación amorosa. Que esta tuvo hondura lo testimonia la correspondencia que mantuvieron durante medio siglo. El volumen ‘Correspondencia (1925-1975)’ (Herder) recoge numerosas cartas escritas por el filósofo que militó en el nacionalsocialismo, y que envió a la gran pensadora judía; en cuyo archivo quedaron. Y ofrece sólo unas pocas de ella, Heidegger se desharía de las que recibió.

Hanna Arendt y Martin Heidegger
una pareja extraordinaria

 

¿Tiene algún interés conocer el contenido de esos mensajes privados? Yo encuentro uno, el de romper el mito de un acoso sexual o del abuso de un intelectual potente y arrogante. En efecto, ya en febrero de 1925 Heidegger le señalaba que “todo debe ser llano, claro y puro entre nosotros”, se mostraba no solo cautivado por el esplendor de la brillante estudiante, sino ansioso y emocionado por su presencia (sus ojos ‘maravillosamente profundos’). Le detallaba la enorme ilusión que le transmitía: “La mujer que puede dar alegría, y alrededor de la cual todo es alegría, recogimiento, descanso, adoración y gratitud a la vida”. Estaba “contento y agradecido” de que ella estuviese allí, con él que a menudo era “más funcionario que ser humano” y que le pedía a ella que fuera paciente con él. No sólo le hablaba con familiaridad y decoro de Husserl y Jaspers, sino le razonaba que “la vida es historia” y que”nos convertimos en aquello que amamos”. También le movía el afán de fortalecer “nuestra amistad”. Hacía explícita su gratitud hacia ella.

Tres o cuatro años después, Hannah le escribía a Martin: “Te amo como el primer día” y “no me olvides y no olvides hasta qué punto y con qué profundidad sé que nuestro amor es la bendición de mi vida”. En 1933 se interrumpió la correspondencia, que se reanudaría en 1950 de forma continuada hasta el final de su vida (la de ella en 1975, quince días después de morir Franco, y la de Heidegger seis meses después). Reiteraban el valor de “la bondad del corazón, que ve porque ya ha pre-visto” y que la palabra “capaz de guiar de forma rigurosa es insustituible”. O que “el pensar todavía me da alegría”. En 1971, Hannah le decía: “Querido Martín, nadie lee ni ha leído nunca como tú”, “qué extraño que debamos ver para percibir lo que no podemos ver”.

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