EL ESPEJO DE LA ROCHEFOUCAULD

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Contemporáneo de Cyrano de Bergerac, el duque de La Rochefoucauld, llamado François VI, conspiró contra Richelieu y Mazarino; estuvo en prisión y le demolieron su castillo. Estuvo íntimamente relacionado con Madame de La Fayette y Madame de Sévigné, entre otras distinguidas damas. Hoy tiene aquí un hueco entre nosotros para comentar algunas de sus reflexiones, publicadas en 1665. Parece que anunciara el subconsciente. Y describe la falsedad de muchas virtudes aparentes. Con frecuencia, dice, la humildad es sólo una fingida sumisión con la que someter a los demás. La bondad es rara, y la humildad es la verdadera prueba de las virtudes cristianas; “sin ella conservamos nuestros defectos, y están cubiertos sólo por el orgullo que los oculta a los demás y, a menudo, a nosotros mismos”.

 

Rochefoucauld

Ni siquiera la peor clase de gente se atreve a pasar por enemigos de la virtud y la verdad. Para bloquear las virtudes, les atribuyen doblez y las tergiversan, haciéndolas pasar por lo que no son. Las personas débiles, afirmaba, no pueden ser sinceras. Y sólo quienes tienen firmeza pueden tener una verdadera dulzura; “quienes parecen dulces no tienen por lo general más que debilidad, que fácilmente se convierte en acritud”. La mayoría de los hombres tienen al igual que las plantas propiedades ocultas, que sólo ciertas circunstancias permiten descubrir. Pero conviene evitar contestar sobre cosas que ignoramos y no hacer preguntas inútiles. Todo el mundo se queja de su memoria, y nadie se queja de su juicio.

Advierte que si hay pocas personas agradables en una conversación, es porque no escuchan y están más pendientes de lo que van a decir que de lo que se les dice. Tampoco hay que dejar de contar con la fuerza contagiosa del ejemplo, ya sea bueno o malo. Hay que saber que la confianza en uno mismo hace nacer la mayor parte de la que tenemos a los demás. Y que somos capaces de mejorarnos.

Los elogios que podamos recibir por nuestra posible valía contribuyen a aumentarla y a que queramos afianzarla y merecerla. Sin embargo, lo que nos hace creer con suma facilidad que los demás tienen defectos, es la facilidad que se tiene en creer lo que se desea.

La envidia es una pasión tímida y vergonzosa que nadie se atreve nunca a confesar. Mirémonos, amigos, al espejo. Y mejorémonos.

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