TRES MÁS DOS IGUAL A CUATRO

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Estaba tranquilamente oyendo la radio y se vino a la cabeza aquel viejo chiste del tonto y el sordo.

  • “¿Tres más dos?”, pregunta el sordo al tonto
  • “Cuatro”, contesta el tonto sin dudar
  • “Por el culo te la hinco”, remata el sordo muerto de risa presuponiendo la respuesta del tonto.
Congreso de los Diputados. XIII Legislatura. Sesión plenaria de Investidura. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

 

 

¿Qué que estaba escuchando? Aquí, por seguir el guión del chiste, yo diría que un programa de humor a lo que mi interlocutor me reprocharía que estuviera escuchando el debate de la investidura. Y acertaría.

 

El concepto del diálogo de sordos es  de honda raigambre en el panorama político español, de honda raigambre y de obligado cumplimiento en cualquier debate parlamentario que se precie, pero, sinceramente, creo que ayer sobrepasaron el concepto tradicional para acercarse a una entrañable sección del Tiovivo, el “Diálogo para besugos”, sección que consistía en una conversación entre dos figurados personajes en las que cada uno hablaba de lo que le daba la gana sin tener para nada en cuenta lo que el otro pudiera decir.

 

Había morbo, cierto morbo, en ver la situación del retransmitido pacto entre el PSOE y Podemos, como lo había en saber las posturas decididas de separatistas, independentistas y soberanistas de todo pelaje, izquierdas, derechas, extremas y moderadas. Había curiosidad  por oír argumentos, posiciones y exabruptos. Y ninguna expectativa acabó defraudada.

El discurso del candidato, plúmbeo, falto de interés, lleno de  menciones a temas menores, incluso a temas que no son de su competencia, y absolutamente carente de ninguna mención a los temas que a los ciudadanos le interesan: los impuestos, el tema territorial y la política económica. ¿Sabía el Sr. Sánchez que en España hay un tema abierto, sangrante, que afecta desde hace unos años a la estabilidad política y económica de España? Oído el discurso se diría que no.

 

De lo único que no careció el discurso de Pedro Sánchez fue de una barra libre de reproches para todos y por todo, fundamentalmente porque no lo quieren lo suficiente para retirarse a su paso con una venia y dejarle vía libre, si se descuidan por aclamación, a la presidencia de su gobierno. Reprochó al PP, previsible, reprochó a Ciudadanos, inevitable, pero también reprochó a Podemos su falta de generosidad  por no entregarle sus votos a cambio de un plato de lentejas, posiblemente sin chorizo, ni oreja, y hasta puede que sin lentejas.

 

¿Estará el señor Sánchez haciendo pruebas de campo para escribir un nuevo capítulo de su “Manual de Resistencia”? Parece.

 

Y una vez que Pedro Sánchez acabó su soporífera diatriba, empezaron los otros, y las respuestas, ¿seguro que eran respuestas?,  a sus intervenciones, que vista la actitud del candidato, haciéndose el distraído, mirando para otro lado, con cara de aburrida y ausente resignación, tampoco es raro que fueran siempre más de lo mismo. Reproches, reproches y más reproches.

Claro que vistas las intervenciones de los diferentes opositores, tampoco daba para mucho más

 

El discurso de Pablo casado es ideológicamente monocorde, es un discurso viejuno, previsible, lleno de lugares comunes y defendido con poca, o nula, brillantez oratoria. Se echa de menos la capacidad como parlamentario de su predecesor, capaz de improvisar y ser brillante en los debates cara a cara.

Rivera, en lo suyo, en la pasión, en el acoso ciego, en el enfrentamiento, se diría que personal, con el candidato al que le niega el pan y la sal, y el aire y la inteligencia y la posibilidad de tenerla y… acaba negándole tantas cosas que acaba por negarse a sí mismo. Creo que Ciudadanos está tirando por la borda una oportunidad de oro de erigirse en el partido solución que gobierne el país por interpuesto con unos pactos y un control del gobierno que sus votos le permitirían.

 

Pablo Iglesias brillante, contundente, indignado, ofendido, y, supongo que, sabedor de que la última oportunidad de resistir su imparable caída entrando en el gobierno se está esfumando, furioso por no conseguir ese flotador que ha creído tener tan cerca. Se ve que no ha debido de leer el famoso manual de Pedro Sánchez y le ha sorprendido que no le cedan ni la más mínima oportunidad de perpetuar su partido. Es lógico, en un gobierno de coalición pierde el PSOE, en una rendición sin condiciones pierde Podemos. En cualquier otro escenario, como nuevas elecciones, pierden los dos, pero más Podemos.

 

Santiago Abascal, previsible. Sacó toda la artillería programática y la exhibió con contundencia y con la certeza de que entre tantas cuestiones planteadas casi todos le comprábamos alguna. No tenía nada que perder, ni que ganar, ni que negociar, así que al menos se permitió el lujo de decir sus verdades del barquero. Ahí quedan, para convencidos, forofos y despistados. El problema de Vox no son sus reivindicaciones, como pasa con podemos, son los métodos con los que las llevaría a cabo.

 

Con el señor Rufián me pasa como con el cilantro en la comida, me satura y ya no puedo escucharlo más. Me recuerda a los ejercicios de vocalización que teníamos que hacer para que los primeros sintetizadores de voz reconocieran nuestras palabras. Re mar can do  ca da  si la ba  de  ca da  pa la bra, y repitiéndose en una danza patética de la anti oratoria.

 

Aitor Esteban tiene el mismo desparpajo y contundencia verbal que todos sus antecesores como portavoces del PNV. Siempre son mensajes ponderados, dialogantes, constructivos. Siempre ofrecen su colaboración y siempre dejan claro que esa colaboración tiene precio, aunque nunca dejan claro cuál es ese precio, ni si sería asumible por la mayoría de los ciudadanos españoles.

Mi atención se quebró tras las primeras palabras de la señora Borrás, la portavoz de Puigdemont en el congreso, que fueron un catálogo del imaginario independentista catalán, sin la más mínima concesión al ritmo, al tono o a la veracidad del contenido. Ya no pude más y mi atención se decantó por algo más importante, no recuerdo qué, aunque tengo claro que cualquier otra cosa era sin duda más interesante.

 

Pues, por resumir, el debate de la fallida investidura podría describirse como tres más dos igual a cuatro y que cada uno le ponga la rima que mejor le convenga.

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