DEL FASCISMO Y EL ANTIFASCISMO

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Tal como se ha puesto la situación dialéctica, y parafraseando al poeta, podríamos espetar sin epatar aquella frase que dice:  ”¿Y tú me lo preguntas? Fascista eres tú”

 

Tan barato han puesto ciertos energúmenos que por las redes sociales pululan vertiendo a diestro y siniestro, esto es a izquierdas y a derechas, su veneno pseudo ideológico que ya, hoy por hoy, es fascista, para personajes que se creen de izquierdas sin ser capaces de hilvanar más de dos mejoras sociales que no le hayan soplado al oído sus líderes,  cualquiera que discrepe con sus ideas.

Fascista, si existiera una clasificación ad hoc, sería el adjetivo calificativo más usado para descalificar en cualquier conato de debate. Fascista es el tapón dialéctico más utilizado para atacar a las ideas ajenas sin contraponer las propias, por falta de ellas o por incapacidad para desarrollarlas hasta convencer. Fascista es el argumento definitivo más usado para quién rebasado en su razón pretende quedarse con ella.

Se usa tanto, tanto, tanto y tan mal que un término que, dadas sus consecuencias para la humanidad, debería estar guardado en el armario de los horrores léxicos, para que su sola pronunciación pusiera los pelos de punta, se ha banalizado hasta no significar otra cosa que  un escape intelectual para incapaces de pensar por sí mismos.

Dice el DRAE:

  1. adj. Perteneciente o relativo al fascismo.
  2. adj. Partidario del fascismo. Apl. a pers., u. t. c. s.
  3. adj. Excesivamente autoritario.

Habría que añadir la cuarta acepción: “Persona que tiene un criterio diferente al que califica”. E  incluso una quinta: “Persona de actitud violenta con tendencia a imponer su criterio ideológico por la fuerza”.  Si, ya lo sé, criterio e ideológico apenas son compatibles, pero lo digo por clarificar, dialécticamente.

Habría que ponerse a escribir las “hazañas” del fascismo tradicional, y las del no menos fascista “comunismo” del siglo XX, para que con los pelos de punta pudiéramos, muerto a muerto, con caras, con nombres, con testimonios de sus familias, recuperar una leve sombra del horror de los que lo vivieron. Debiera bastar este ejercicio para que la palabra no se volviera a usar  salvo para situaciones de lesa humanidad y por personas de elevada solvencia intelectual.

Calificaciones que se usan banalmente, ignorando la sangre y el sufrimiento producido por las actitudes intolerantes y totalitarias, o sesgándolas, o apropiándose para el propio interés de un concepto  de tamaña crueldad, deberían de descalificar automáticamente al calificador. Y si es político aún más, aún mayor debería de ser el ostracismo al que debiera ser sometido. Jugar con el horror, con la muerte, con el dolor, con la humillación de una gran cantidad de seres humanos debería de producir, al mismo tiempo, asco y rechazo. En definitiva, que el uso inadecuado de estos adjetivos, cualquiera que comporte crímenes por opinión, debiera de ser perseguido y castigado.

Pero no es así. Seguimos banalizando el peligro, seguimos minimizando el riesgo de que, como en el cuento de Pedro y el lobo, cuando venga el lobo de verdad no tengamos un recurso léxico eficaz para advertir el peligro.

En realidad ya está sucediendo, ya dices que viene el fascismo y no sabes si mirar para el que lo dice, para donde apunta, para ninguno de esos sitios o para todos lados. O, tal vez, lo más habitual, mirar para otro lado en actitud de cansancio y desprecio por el que lo ha dicho.

Desde luego, si yo quisiera una vuelta del fascismo lo primero que haría sería vaciar de contenido la palabra, violentar su significado hasta que no significara nada concreto, vulgarizar el sonido hasta que no produjera ninguna sensación de peligro o de rechazo, banalizar el término hasta que los que pretendieran señalarme no tuvieran dedos con los que hacerlo.

Y en eso, me temo, estamos. Basta con asomarse a una red social y discrepar en vez de pulsar el “me gusta” para ser automáticamente tildado de fascista. Curiosamente, en muchos casos, con actitudes absolutamente fascistas protagonizadas por autodenominados antifascistas.

Lo cual me lleva a una última reflexión, en general, ¿hay algo más pro que un anti? Yo, ahí lo dejo.

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