UN ÁNGEL EN MARSELLA -1.940- 1ª PARTE

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El tren aminoró bruscamente de velocidad y los frenos lanzaron un estridente chirrido sobre las vías de acero, hasta que logró detenerse en la estación de Berlín. Era 1.935. Entre el trasiego de pasajeros un joven norteamericano se apeó del convoy portando una maleta y un bolso de viaje. Era alto, distinguido, de amable aspecto, las gafas que llevaba de cristales redondos le daban un cierto aire intelectual. Al buen observador no le pasarían desapercibidos aquellos profundos ojos parapetados tras los cristales transparentes, cuya inquisitiva mirada denotaba una gran perspicacia en su dueño. Varian tenía veintisiete años y de su persona emanaba una inconfundible aureola de inmensa humanidad, la cual le conduciría a acometer una ardua tarea aun a riesgo de su propia vida. Realizaría una memorable gesta, una de esas hazañas loables y generosas que solo algunos seres humanos son capaces de llevar a cabo por sus semejantes.

Varian Fry

Llegaba a Alemania como corresponsal enviado por The Living Age, el periódico para el que trabajaba. Su labor consistía en observar el auge de la política de Hitler. Coincidiendo con las recién promulgadas Leyes de Nuremberg, cuyo texto versaba sobre la ciudadanía, la raza y el honor alemán, iba a tener la oportunidad de investigar el creciente antisemitismo del Tercer Reich y, además, ser testigo de la vileza de diversos hechos, dejando constancia en los artículos que escribió y público posteriormente: 

 -“Vi como las divisiones de asalto perseguían a los judíos, cómo les golpeaban, les daban puñetazos y patadas en la cara y en el vientre. Les oí entonar su abominable canto:¡Alemanes, liberaos de la tiranía judía!¡No compréis en tiendas judías!¡Achtung Juden!”-

Desfile del ejército alemán en 1939

El día que presenció uno de los sucesos más crueles acudió indignado a quejarse al jefe de prensa extranjera de Hitler. Le dijo que había visto a un soldado alemán clavar la mano a la mesa a un judío con su puñal y después jactarse de ello. La abrumadora respuesta fue que los alemanes eran como los demás, pero mejores. Pretendían justificar una actitud primitiva y perversa culpando a los judíos de ser unos agitadores. El totalitarismo se iba imponiendo con una fuerza inusitada, avanzaba, se expandía y se intensificaba alarmantemente por todo el país.

Varian regresó a Estados Unidos impactado y sobrecogido. Intentó alertar a la ciudadanía escribiendo artículos y relatos desde la experiencia vivida. El título de uno de ellos reflejaba la evidencia de los dramáticos hechos que estaban transformando a Europa: Los nazis cantan su odio. Pero la gente prefirió permanecer ajena a tales acontecimientos sin prestar demasiada atención. En la era moderna, en pleno s. XX, el viejo continente se precipitaba hacia una de las épocas más oscuras, infames e inhumanas de su larga historia, caminaba irresponsablemente por la cuerda floja deslizándose al abismo sin posibilidad de retorno y mientras sucedía nadie parecía percatarse de ello. 

La opinión de Hitler no dejaba lugar a duda al escribir: “La decadencia es sobre todo de origen cultural”. El ministro Goebbels se apresuró a difundir la propaganda del III Reich pronunciando falsas e irritantes arengas una y otra vez: “Hombres y mujeres de Alemania el tiempo del excesivo intelectualismo judío ha terminado, el tiempo de la revolución alemana ha abierto una nueva vía.” En su ideario supremacista e ilimitado fanatismo no había cabida para “el arte degenerado”, en referencia al arte moderno. Su existencia resultaba aberrante y contaminante para las inmaculadas mentes de los alemanes, ¡tenía que ser destruido! Unas cinco mil obras, irrepetibles, insustituibles, alimentaron hogueras, miles y miles de páginas impregnadas de años de estudio, de inteligencia, de espíritu, fueron reducidas a minúsculas y livianas pavesas que flotaban bajo la luz intemporal de las llamas como una lluvia de lágrimas negándose a extinguirse. El Conocimiento fue ejecutado, se consumió entre el crepitar del fuego y el demencial alborozo de los nazis.

En 1.937, en Munich, la exposición del nuevo arte alemán fue inaugurada con gran solemnidad. Hitler, engalanado y rodeado de gran boato presidió las obras de los escultores y pintores del III Reich. Los ostentosos cuerpos atléticos representaban la patria, mostraban con fatuidad la superioridad y la pureza de la raza aria. Frente a aquella exposición estaba la otra, la del ofensivo “arte degenerado”, setecientas obras pertenecientes a grandes pintores como Chagall, Klee, Matisse, Kandinsky, Franz Marc, despreciadas y sentenciadas. Solo algunas de aquellas grandes obras se pudieron salvar al ser vendidas para financiar la guerra. Los artistas eran perseguidos, detenidos, condenados, despojados de sus pertenencias y de su nacionalidad alemana por traición al Imperio alemán y al pueblo. No podían exponer, tampoco publicar. Eran judíos, pacifistas, intelectuales o sencillamente alemanes antinazis, personas de bien. 

Mientras tanto en Nueva York Varian formaba parte de un grupo de norteamericanos antinazis que se manifestaban pidiendo el boicot a los productos alemanes. Publicó varios ensayos políticos, uno de ellos lo tituló: “Cómo ha sembrado Europa la semilla de la Guerra”.Hasta que estalló el conflicto el 3 de septiembre de 1.939. Francia y Reino Unido declararon la guerra al III Reich. Desde aquel momento los alemanes huidos del nazismo y refugiados en Francia se convirtieron en enemigos de la República. Muchos fueron detenidos y confinados en campos de internamiento, como el novelista Fassbender, el pintor Max Ernst o el filósofo Walter Benjamin. 

La Wehrmacht culminó su avance con la derrota de los franceses, arruinando la estructura de la sociedad burguesa y republicana, humillando a la ciudadanía que veía atónita cómo desfilaban los soldados alemanes por los Campos Elíseos. Francia firmó el Armisticio con Alemania el 22 de junio de 1.940. Los nazis reclamaron la entrega de los ciudadanos alemanes y austríacos que se habían refugiado en el país. Fassbender y Ernst escaparon, Benjamin fue liberado por escritores franceses. Se dirigieron a Marsella con la esperanza de zarpar en algún barco hacia Norteamérica.

En cuanto se firmó el Armisticio Varian se reunió con el Comité de Rescate de Emergencia, fundado por norteamericanos e intelectuales alemanes exiliados, entre ellos Thomas Mann. Pretendían obtener visados para los artistas y escritores de cualquier nacionalidad amenazados por los nazis o el régimen de Vichy. Contaban con el apoyo de Eleanor Roosevelt. Seleccionaron pintores, cineastas, escritores, sumaban doscientos nombres en total. Únicamente faltaba encontrar el eslabón imprescindible, el hombre capaz de realizar tan arriesgada misión, que dominase el francés y estuviese dispuesto a viajar hasta Marsella. Alarmado por las noticias y la suerte que podían correr aquellos artistas que tanto le habían deleitado con sus maravillosas obras, e impaciente ante la demora que tal búsqueda provocaría, Varian se ofreció voluntario sin dudar un instante. No se imaginaba lo que le esperaba. Iba a descubrir en sí mismo recursos que desconocía tener y un valor que nunca habría sospechado poseer.

Fin de la primera parte

 

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