EL ACOMPAÑANTE

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…Fue Alberto el primer amigo que tuve. Le descubrí una mañana de verano en el reflejo de la ventana del comedor, mientras jugaba con unos soldaditos de plástico y yo era el general en jefe todos todos los ejércitos.

Era un señor ya mayor, con bastantes arrugas en su rostro, con unas gafas algo grandes y ojos muy grandes y muy negros….no dejaba de mirarme y nada decía. Vestía un traje gris de espiguilla que le estaba algo corto de mangas y no llevaba corbata. Siempre movía sus manos largas y huesudas nerviosamente de un lado para otro, como si estuvieran movidas por el viento…..

-Quién eres? le pregunté con mi vocecita de niño de seis años…

El movió su cabeza sorprendido como si para él yo también fuera un reflejo en el cristal de una ventana….

-Me llamo Alberto, me he perdido y estoy solo….-respondió él sacando un pañuelo blanco del bolsillo de la chaqueta con una “A” bordada y secándose con él lágrimas de agua de mar que habían brotado de sus ojos….

-No llores, -respondí-. Mi nombre es Luis….quieres echar una partida conmigo a los soldados?.

No respondió, pero se quedó allí, viéndome jugar toda la tarde, sin hablar, haciéndome una silenciosa compañía….

Desde aquel día, Alberto, “el hombre pintado” como le bauticé, me acompaña al parque los días buenos y templados del estío; le había cogido a mi abuela un espejito de aquellos redondos que regalaban con los jabones de “La Toja” y atándolo con un cordel a la ramita de un árbol, él podía ver a través de la mágica ventana, como jugaba con los demas niños o cazaba saltamontes, o buscaba piedras redondas y blancas….

-Vendrás a mi comunión Alberto? –le preguntaba el día de antes lleno de nervios mientras mi madre me arreglaba a última hora el bajo de los pantalones-. 

-Con quién hablas hijo? –preguntó mi madre sorprendida-

-Con nadie mamá, con nadie….-y le guiñaba el ojo a Alberto que aparecía reflejado en los grises baldosines del cuarto de baño..-

El, siempre callado, sólo movía sus manos. 

Los años pasaron muy rápidamente y los pantalones cortos se fueron tornando largos y mis pecas y sonrosadas mejillas se fueron moldeando en la cara de un joven que con las manos en los bolsillos quería ya volar muy alto…

Una fria mañana de invierno, al doblar la esquina de mi calle y mirar al gran escaparate de la frutería, entre manzanas, peras y calabacines, vi por última vez a Alberto, con su traje gris de espiguilla y sus enormes ojos negros.  Se acercó al cristal y con su respiración pintó de vaho un circulito, alzó su mano derecha y con el dedo escribió “Hasta pronto”….después se dió media vuelta  y desapareció en una calle llena de árboles que también se reflejaba….

Pasó el tiempo y entre risas, libros, guateques con limonada y el descubrimiento de la flor más maravillosa del mundo, mi juventud se fue derramando…..

Me casé con ella una tarde de invierno, de cielos azules y escarcha en los árboles….y poco tiempo después el milagro de la vida nos sonrió…..

Aquellos meses fueron los más maravillosos de mi vida; paseos de la mano, la casa llena de ropa pequeñita, como de un muñeco, una cuna de madera en nuestra casa, visitas al médico, rosas todas la mañanas…..

Llegó el día en que nuestro hijo estaba dispuesto para salir al mundo y mi mujer y yo, partimos a toda velocidad en un taxi camino del Hospital. 

El médico y las enfermeras nos atendieron con celeridad, pues el nacimiento era inminente.

-Quiere usted asistir al parto? –me preguntó el doctor-

-Eh, claro, claro –respondí nervioso-

Llevaron a mi esposa a la sala de partos y yo. mientras y en una pequeña habitación contigüa, me puse una bata verde y un gorro del mismo color…

Entre en el paritorio. 

Mi mujer ya estaba tumbada en la camilla con las piernas abiertas y colocadas sobre una especia de trípode, y el medico y la comadrona comenzaban a asistirla…

-Acerquesé señor, que su hijo ya sale!!!!……

En aquel momento, en una cristalera de la sala vi de nuevo a Alberto, con su mismo rostro, su mismo traje y esta vez sonriendo…..Su visión duró sólo unos instantes, después dejé de verle…..y un escalofrio recorrió mi cuerpo.

-Ya sale, ya sale!!!…..

..Lleno de sangre y vida y oliendo a alegría salío mi hijo de las entrañas de su madre. 

-Es precioso!!!.

La comadrona cortó el cordón umbilical,  le puso una pinza y se acercó a mí con el niño en brazos….

-Tenga, cójalo, ande no tenga miedo, que no se va a romper…..

Le cogí con delicadeza y me puse a llorar de felicidad como un niño.

En ese momento mi pequeño abrió los ojos, de un color azul profundo, y en ellos pude ver el reflejo de Alberto que con su gastado traje de espiguilla y con el torpe y rápido movimiento de sus manos abría la boca y me decía con una pausada y profunda voz:

“Ya nunca estaré soló”

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