LA NORIA DE LUIS ROMERO

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En 1952, el escritor barcelonés Luis Romero obtuvo el premio Nadal con ‘La noria’, donde discurren las veinticuatro horas de un día cualquiera, vivido por unos personajes que habitaban en la Ciudad Condal. “En la ciudad se ha abierto un paréntesis y otra vez las gentes se preparan para lanzarse a la vida”. Al finalizar esta novela, que se acaba de reeditar, el autor destapa su esencia: “Las gentes tejerán otra vez sus vidas, sus trabajos, sus deseos, sus amores, sus odios, sus problemas (…) esta historia se repite con escasas variantes desde hace siglos”. Nada nuevo bajo el sol, pero dejando el trazo personal de un artista que sabe captar la realidad personal de mil y un conciudadanos.

Veinte años después, aún vivía Franco, volvió a referirse a la novela que le permitió regresar de la Argentina y convertirse en un escritor profesional: “En aquellos años –los cuarenta- se hicieron muchas fortunas, casi siempre a costa de las privaciones de los demás. Nunca traté de enriquecerme y no resultaba difícil conseguirlo; ocasiones se presentaban en que la fortuna podía ganarse en un golpe de audacia. Suelo decir y hasta creer, que no traté de enriquecerme por impedimentos morales –fue aquella una época injusta y cruel- y algo de verdad habrá en la afirmación, pero quizá, pienso ahora, interviniera en mi actitud otro factor: había sacrificado lo mejor de mi juventud a Marte, no estaba dispuesto a sacrificar a Mercurio, dios que me parecía de menor entidad. Mi afición a la pintura con vinculaciones de amistad personal en muchos casos a lo que entonces era la vanguardia, se acrecienta en aquellos años”. Aclaremos que Marte era el dios de la guerra, y Mercurio lo era del comercio.

Luis Romero tenía 20 años cuando estalló la Guerra Civil, y fue voluntario a la División Azul. José Corredor-Matheos, poeta y crítico de arte, ha dicho de él que era “persona amable, en la que siempre encontrabas apoyo y consejo” y que “no se apreciaba en absoluto adscripción al régimen franquista”. Yo tuve la suerte de contar con su amistad y con la de Gloria, su esposa, una persona magnífica, generosa y culta. No puedo dejar de recomendar su extraordinario relato ‘Tres días de julio’, donde presenta a los dos bandos beligerantes del 36 en un plano de igualdad: “se vieron la cara, se encontraron y aceptaron que había personas enfrente, que los enemigos no eran diabólicos”.

 

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