GUATEBUENA O GUATEMEJOR

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Asombra cada vez más esa capacidad desarrollada por algunas personas para leer lo que ellos quieren leer sin pararse ni un ápice en leer lo que realmente dice un texto. Y además se permiten discutir con el autor en base a lo que dicen haber leído sin dar ninguna credibilidad a lo que evidentemente dice el texto en cuestión.

Es obligación de todo el que escribe hacerlo con las palabras correctas, con la precisión de un ingeniero y la claridad de una ventana sin cristal, para cerciorarse de que lo que dice se corresponde con lo que quiere decir. Pero aun así habrá quien lea algo diferente a lo escrito. Y no hablamos de las lecturas entre líneas que algunos escritores cultivan, cultivamos, con esmero, no, si no de la interpretación absolutamente errónea del texto principal.

Es verdad que casi siempre estas posturas se corresponden con querencias ideológicas, casi siempre, que llevan a interpretar todo con el simplismo de lo bueno y lo malo.

Sin comerlo ni beberlo, sin ni siquiera pretenderlo, un escritor puede pasar de fascista irredento a rojo de mierda en el tiempo en que ciertos lectores tarden en leer el título de artículos que defienden lo mismo con distinta argumentación. Basta con que la postura no sea totalmente coincidente con los patrones de pensamiento aceptados en ese momento por el movimiento ideológico, o partido, al que el lector esté adscrito.

Me ha pasado recientemente con un artículo sobre la situación venezolana, en el que pretendía comentar la falta de información veraz con la que nos movemos y el cuidado que hay que poner en dar por bueno algo que, desde la distancia, puede parecer coincidente con nuestra forma de pensar pero sin dominar el entorno en el que se produce, ni las circunstancias.

Soy un convencido que el personajillo que dice gobernar Venezuela en nombre de los intereses que sea, y que él y los de los intereses sabrán, es un cáncer totalitario de los que hacen todo el daño que pueden antes de ser extirpados, no tienen cura, y que por tanto mi postura es absolutamente reprobatoria.

Pero también recuerdo que antes de Chavez Venezuela no era un paraíso para el pueblo en general, aunque si para una oligarquía feroz y acaparadora. ¿Puedo desde aquí presuponer que el señor Guaidó, que en principio tiene mayores simpatías para mí que Maduro, no va a representar a otros intereses, de otro signo o nacionalidad, que no sean también perjudiciales para los pobladores de aquel país? Pues no, no lo puedo presuponer. Ni la historia ni lo poco que sé del nuevo presidente venezolano me invitan al optimismo de pensar en un país libre de las garras extranjeras y donde la sociedad sea igualitaria y se beneficie de sus riquezas. No puedo, imposible. ¿Quiere esto decir que prefiero que siga Maduro? Ni de broma. Sus bufonadas permanentes me llevan de la vergüenza ajena a la incredulidad, del bochorno a la conmiseración por los gobernados, y a la indignación. Solo un muñeco articulado puede ser tan nefasto y gobernar.

Cuando uno está en lo peor, y posiblemente Venezuela lo está o lo roza, cualquier otra cosa es mejor, pero a veces lo mejor es enemigo de lo bueno, y eso si me preocupa.

Como me preocupan, y mucho, los apoyos recibidos por el señor Guaidó. Pienso que si yo recibiera el apoyo a mis ideas de Trump o de Bolsonaro, abriría con carácter de urgencia una honda reflexión sobre mis ideas, con la esperanza de que ellos estuvieran equivocados al apoyarme.

En fin, que cada uno lee lo que quiere o lo que su mente le permite. Espero que esta vez mi reflexión se entienda un poco mejor que la anterior.  Al menos por parte de los que a la hora de leer, de charlar o de debatir, usan la plantilla ideológica para poder posicionarse, y de paso posicionar a los demás que es lo que más les divierte y satisface.

Venezolanos, mucha suerte, la vais a necesitar suceda lo que suceda, y, sobre todo, no cejéis en la lucha por conseguir un país libre, igualitario y justo.

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