DESDE EL DOLOR, HERMANA

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Después de permanecer tanto tiempo en silencio, desde el más profundo dolor, hoy, quiero contarte una historia. Es una de esas dramáticas e injustas historias que, de vez en cuando, irrumpen con la fuerza arrolladora de un tsunami en la vida de algunas personas, devastándolas, cambiando irremisiblemente el rumbo de sus destinos. 

Era un día cualquiera de una incipiente primavera. Justo en esa época en que las yemas arbóreas alumbran nuevas hojas dotando e inundando de vida renovada al mundo vegetal, en la que la fragancia de las flores silvestres se expande delicadamente a su alrededor, cuando el intenso y abundante colorido en una explosión de frondosidad torna el paisaje en un deleite para los sentidos. Esa época en la que las nubes dibujan figuras en la bóveda celeste, ocultan brevemente el sol o amenazan con descargar un chaparrón, de un instante a otro. 

Avanzando por la vereda de un paseo fluvial se distinguía una silueta femenina, caminaba con paso rápido, decidido. No llovía pero su rostro estaba empapado, roto de sufrimiento. Tras haber recorrido incesantemente varios kilómetros iba tan absorta que no prestaba atención a sus cansados pies, tampoco a su exhausta respiración. Persistió en continuar, desapareciendo veloz por uno de los recodos del serpenteante sendero. Al fin consiguió llegar hasta un alejado y pequeño mirador donde encontró un banco situado a la orilla del río, afligida se sentó bajo la tenue sombra que proyectaban unos antiguos y robustos álamos, entonces deslizó la entristecida mirada sobre el terreno hasta posarla en el remolino que formaba el agua de la pesquera. Embargada de emoción sucumbía a la escisión que se había producido en todo su ser. 

Todavía se hallaba bajo los hipnóticos efectos del estupor a causa de la traición sufrida. Realizó un enorme esfuerzo por sosegarse y centrarse, se obligó a sí misma a retomar el hilo de los acontecimientosy para ello hubo de retroceder en el tiempo, hasta situarse en las navidades de dos anteriores años.

En aquellos días había confiado un problema de índole familiar a una persona muy allegada y querida, siendo ésta testigo del padecimiento en el que vivían. Le expresó su inquietud, la preocupación por la extenuante actitud de una de sus hijas, la cual, acuciada por una serie de circunstancias a nivel personal y laboral mostraba una gran vulnerabilidad. Lamentablemente, ni la inteligencia, la educación, la formación universitaria o ni tan siquiera los principios y valores inculcados desde la cuna son capaces de actuar como la vacuna que inmuniza contra todo tipo de adversidad, menos aún a proteger de algún desaprensivo, iluminado o depredador que acierte a cruzarse en el camino de cualquier persona en un momento de extrema fragilidad. 

Desgraciadamente apareció en la vida de la hija el iluminado de turno, poseedor de “conocimientos elevados”, portando bajo el brazo la enciclopedia del saber, cuyas lecciones parecían extraídas de la omnipotencia de alguna desconocida divinidad, mostrando como un mantra incuestionable el camino a seguir, enarbolándolo como una verdad absoluta, practicando una filosofía sectaria, nociva, sin vínculos familiares. Para alguien cuyo lema es el desarraigo el primer escollo a batir son las personas más cercanas e importantes. Y qué mejor momento iba a encontrar para comenzar a distanciarla que la llegada de las navidades. 

Consiguió convertir aquella Navidad en la más desdichada de su existencia y la de su familia sin la presencia de la hija. En una noche ralentizada, dilatada en las arenas de un tiempo lejano, cada segundo fue imprimiendo una huella de fuego y sangre en su alma. Cobijada bajo la manta, entre las sombras de la noche y el imperturbable silencio, buceó en el arca cerrada que guardaba en su memoria buscando con ahínco alguna referencia, en un desesperado y vano intento por entender y justificar aquel sinsentido. La vivió con el amargo sabor de la hiel quemándole las entrañas, en una extraña amalgama de agónica incertidumbre por una hija, de frustración al no poder evitar el profundo e injusto sufrimiento en la otra y en los demás miembros de su familia. Aquella noche, anegada de un llanto imparable, su vida quedó enmarcada en un antes y un después, aquella desoladora noche murió aunque también renació. 

Durante aquella Navidad, mientras el salvaje dolor se instalaba en su alma, la persona tan allegada y querida en la que confiaba la traicionaba actuando a sus espaldas, le abría la puerta de la casa de sus padres fallecidos al hombre que se esforzaba por convencer de una realidad inexistente a la amada hija y alejarla de ellos. Estaban tan abrumados que no imaginaron que lo peor quedaba por llegar. Sucedió cuando su hija les hizo saber que necesitaba desconectar por un tiempo indeterminado. 

Los meses posteriores resultaron infernales. Empujada por una desesperación que debía canalizar recorría kilómetros cada día. Las semanas se sucedían unas a otras en constante zozobra sin noticia alguna, con sus interminables días y desveladas noches, sumergidos en un pozo de infinita tristeza e impotencia. Entre tanto lucharon por no rendirse al desmoronamiento total, buscaron la ayuda precisa para no enloquecer e intentaron seguir el consejo de los expertos en la materia a los que acudieron. Respetaron el tiempo que la hija les había demandado, sin perder la esperanza en recuperarla, recurriendo a una imprescindible paciencia. Lo mantuvieron en discreción, sin poder compartirlo con nadie, para evitar que cualquier hecho por bienintencionado que fuera pudiera agravar tan complicada situación.

En cambio esa persona tan cercana en la que siempre había confiado se mostraba impasible ante su desgarramiento, contribuía a generar un daño gratuito ocultándoles que mantenía el contacto con su hija, incluso cuando ésta viajó durante un tiempo a miles de kilómetros de distancia. 

Inevitablemente la salud de la familia se resintió, se vieron forzados a enfrentarse nuevamente a un reto. Los disgustos, los sobresaltos, las urgencias, sucedieron de manera tan constante que provocó en ellos un desgaste irreparable. El sufrimiento diario se empecinaba en marcar las horas del reloj de sus vidas, la pesadilla amenazaba con aniquilarlos a cada paso que daban. 

Sentada en el frío banco de piedra la silueta de la mujer se mantenía inmóvil, petrificada, recordaba una esfinge simbolizando alguna leyenda griega. Permanecía ensimismada hilvanando los recuerdos, la mirada fija en los movimientos bruscos que hacía el remolino y que irresistiblemente la atraían como un imán, sin dejar de escuchar con anhelo, igual que si fuera un bálsamo para el alma, el suave murmullo del agua. 

De pronto apareció ante sus atónitos ojos una niña. La contempló perpleja, pestañeó con fuerza intentando apartar de sí la súbita e inquietante imagen. Cuando los volvió a abrir la pequeña seguía allí. Su mirada era tan pura y profunda que despertó en ella un vago sentimiento familiar. El aspecto angelical que desprendía le recordó la nobleza de espíritu de la que se goza como un privilegio en la más tierna infancia. Parecía sentirse desamparada, asustada.

   -¡Tengo miedo, ayúdame, no me dejes!- exclamó la niña en tono suplicante

   -¿Quién eres? ¿De qué tienes miedo?- acertó a preguntar sobresaltada 

   -De tus pensamientos. No quiero que dejes de ser quien eres a causa del daño que injustamente te han infligido. Necesito que me cuides y me quieras tanto como a los demás- respondió la pequeña con desconsuelo

Profundamente trastornada y conmovida se levantó dispuesta a coger la mano extendida que le ofrecía desde la orilla. Fascinada por su candor deseó protegerla y estrecharla entre sus brazos. Según se acercaba le preguntó con trémula voz.

   -¿Cómo te llamas?-

   -Lo sabes, acuérdate de aquel tiempo que ahora te parece tan lejano- le respondió con    una sonrisa invitándola a reflexionar

Con los brazos tendidos se inclinó para alcanzarla pero la niña quedó envuelta en una neblina que suavemente se alejaba de ella. En las cristalinas aguas aún se reflejaba la imagen del etéreo rostro confundiéndose con el suyo propio, revelándole así su nombre, recordándole su identidad, antes de desvanecerse definitivamente en el horizonte. Apoyada sobre la húmeda hierba lloró. Reconciliándose con aquella parte olvidada y entrañable de sí misma se volvió a levantar e inició el camino de regreso a su hogar.

Pasado un tiempo, inesperadamente, les llegó más información a través de gente digna y de gran corazón. Supieron que esa persona querida y allegada no sólo les había ocultado tan determinantes hechos sino que, además, había vulnerado su intimidad al hacer alarde públicamente de estar en contacto con la hija y de que ésta no lo mantenía con su propia familia, tampoco con sus más leales amigos. La privacidad que con tanto sacrificio intentaron preservar quedó destruida. Paradójicamente ocurrió que poco después también cortó con ella la comunicación. Al haberles ocultado estos hechos había privado de una ayuda inestimable a la hija, la que realmente necesitaba y se merecía en aquellos momentos. 

Esta historia ha marcado un nuevo rumbo en sus vidas trastocadas por la maldad que han tenido que soportar. Ha arrastrado consigo, sin compasión alguna, el bienestar de una familia. Esa familia es la mía. Ya no puedo abrir mi corazón, está roto, devastado. Esa silueta desesperada y solitaria caminando por la vereda soy yo y esa persona tan allegada en la que tanto confiaba eres tú, hermana.

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