LOS RESTOS DE FRANCO. DEBAJO DE LAS CENIZAS ESTÁN LAS ASCUAS

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Permítanme que empiece con un juego al que todos hemos jugado alguna vez, sobre todos los que peinamos canas y antes no disponíamos de consolas digitales, móviles, u otros utensilios electrónicos que nos ofrecen un sinfín de juegos de todo tipo, con una verosimilitud que sumergen al jugador en una realidad digital muy parecida a la vía real, dejando poco espacio a la imaginación. El juego de mesa-camilla al que me refiero es el de la oca, y quiero utilizar este referente por aquella casilla en la que si caías en ella después de echar el dado y contar el número que te había salido te permitía avanzar más rápido te permitía expresar  aquello de “oca a oca y tiro porque me toca”. Pues bien, esto mismo es lo que está pasando con la exhuma eón y el traslado de los restos del dictador del Valle de los Caídos, todavía no sabe a dónde, ni siquiera si la decisión del gobierno de este traslado se hará efectiva algún día.

La citada similitud entre el juego y el traslado de los restos de Franco tiene su origen en el vayven que entre la familia de éste y el gobierno de España parece no tener fin, porque, aparte de la oposición radical de aquella al traslado, cada día surge un nuevo episodio que, por desafiante a la democracia, no puede ni debe ser tolerado ni permitido, amén de las resoluciones judiciales que puedan dar por finalizado este interminable litigio entre las partes en conflicto, decisiones que cualquier demócrata debe de respetar como ejercicio necesario de uno de los poderes en los que se sustenta cualquier régimen democrático como es el poder judicial. Cuestión diferente es estar de acuerdo con ellas o no y, por lo tanto, ser criticada política e incluso jurídicamente, con argumentos diferentes. Digo con argumentos, porque lo que no vale o no debería valer sería el insulto y la descalificación gratuita de nuestro sistema judicial.

Lo más preocupante de todo este conflicto es el hecho de la necesaria regeneración democrática en cuanto a esa historia, relativamente reciente, del poder totalitario ejercido por el dictador Franco en este país, que tantos represaliados y muertos ocasionó entre los que gritaban el nombre de libertad frente a una presión mordaz donde los que alzaban la voz eran torturados por la brigada político-social, estigmatizándolos socialmente e incluso encarcelados sin juicio o con un juicio militar sumarísimo en aplicación de una ley vergonzosa denominada de vagos y maleantes. Regeneración que pasa por eliminar todos los símbolos franquistas entre ellos la exhumación de los restos de aquel que como un faraón egipcio fue enterrado en el Valle de los Caídos junto con sus siervos y enemigos que cayeron en aquella contienda de 1936 contra la instaurada Segunda República, y cuya victoria por el ejercito liderado por aquel  sumió al país durante  cuarenta años en una oscura y sangrienta dictadura.

Pero, además, el cuento de nunca acabar tendría su fin si de una vez por todas se pusiera cada cosa en su sitio, no pudiendo ser otro el sitio de un dictador que una fosa familiar en un cementerio al uso, en una de las mansiones que todavía, aunque robada al municipio, sigue disfrutando la familia como es el Pazo de Meirás, o donde narices sea, pero siempre lejos de cualquier santuario que pudiera convertirse en un lugar de peregrinación y exaltación de la dictadura y de la persona que la mantuvo.

Es por ello que, resulta cuanto menos provocador la exigencia de la familia de los Franco de que los restos del dictador sean trasladados a la Catedral de la Almudena de Madrid y que dicho traslado se haga con honores militares. Provocación que no tiene otra finalidad que azicatar a la extrema derecha de este país y todavía a algún que otro grupo de militares retirados con añoranzas de aquel ejercito que con fusil en mano representaban un poder omnímodo contra una población civil, olvidánse de que la finalidad del Ejercito en el momento actual al que han servido es asegurar el actual régimen democrático.

Y, es que, ese refrán español de que “debajo de las cenizas están las ascuas” representa la realidad de ese fanatismo fascista aún imperante en nuestros días a pesar del tiempo transcurrido desde la instauración de la democracia en el año 1978, porque debajo del muerto, no se si de sus cenizas o de su momia, todavía se conserva la candente influencia que sobre determinado sector de nuestra sociedad, aunque minoritario, reaviva las llamas de quienes rechazan la democracia bajo el convencimiento de que la única solución a los problemas económicos, sociales o el resurgir de la izquierda en determinados momentos de  nuestra vida democrática, es el “palo largo y la mano dura“; dicen que  “para evitar lo peor“, siguiendo la canción de aquel grupo llamado Jarcha que en el momento de la transición evidenciaban la herencia recibida del franquismo, herencia que aún hoy prevalece en el terreno ideológico de determinadas momias políticas, no por viejos, porque de todo hay, sino por lo putrefacto de su olor.

“Y, es que, ese refrán español de que “debajo de las cenizas están las ascuas” representa la realidad de ese fanatismo fascista aún imperante en nuestros días a pesar”

Es necesario que dicha restauración democrática se haga de forma definitiva, ya que mientras tanto, mientras se siga provocando a las familias de aquellos represaliados durante la dictadura con la exaltación de un dictador con las manos muy manchadas de sangre de la sangre de gente que sólo deseaban vivir en libertad, derecho inalienable del ser humano, así como de su obra genocida, no existirá una auténtica democracia. En definitiva, mientras no se instauré como delito cualquier tipo de exaltación del fascismo y se ponga al dictador lejos de cualquier altar mayor o centro de peregrinación, estaremos jugando, o mejor dicho, estarán jugando nuestros representantes políticos a un juego llamado democracia permitiendo a los desleales a ésta reírse en nuestra cara y, lo que es peor, de quienes soportaron en sus propias carnes las heridas y muertes provocada por aquella dictadura infame y cruel.

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