EL OBISPO DE ALCALÁ

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Cuando alguien pertenece a un club privado lógicamente acepta de manera voluntaria las reglas por las que se rige, normalmente asociaciones donde son los estatutos los que marcan su funcionamiento, fines y las relaciones entre sus miembros, entre otras cuestiones. Pues bien, eso mismo sucede con la iglesia católica de manera que sus fieles lo normal es que tengan en cuenta su doctrina. Ahora bien, cuando dicha doctrina trasciende los muros de la institución como una imposición o juicio al resto del mundo la cosa cambia.

Muchas personas que nos mantenemos al margen de la religión, es de suponer que por convencimiento propio, unos porque no aceptamos un sistema de pensamiento basado en dogmas donde se da por cierto ciertas cuestiones sin poderse poner en duda dentro del sistema, otros quizá por algún tipo de mala experiencia o de perdida simplemente de la fe; no podemos aceptar como seres sociales y libres que somos se nos juzgue en base a una conducta basada en la total libertad de pensamiento y respeto a los demás, con lo que ello supone, no sólo porque no estamos dentro de esa organización y, por lo tanto no es admisible que se nos cuelgue un San Benito o se nos demonice socialmente sólo y exclusivamente por una forma de pensamiento basada en la razón o en la existencia de una fuerza superior,  llamémoslo energía, polvo cósmico o cualquier otra teoría sobre el origen del universo y de la vida que no tiene porque reencarnarse en una deidad concreta.

Tal es el caso del polémico Obispo de Alcalá de Henares que de vez en cuando en sus homilías sorprende al resto del mundo con alguna lindeza que no sólo se limita a analizar la doctrina de la Iglesia y la conducta de sus fieles en cuanto a aquella se refiere, sino que, además, se extrapola al resto de la sociedad erigiéndose en un juez implacable de los seres humanos para nada equiparable a la indulgencia divina en la que se sustenta su fe.

Tales lindezas que los sectores más ortodoxos y preconciliares califican de una actitud valiente por su parte, ahora han supuesto un ataque al uso del preservativo, que el mismo Sumo Pontífice, es decir su jefe Fancisco I, justifica en algunos supuestos como en aquellos que sirve para la protección frente a enfermedades de transmisión sexual como el SIDA; desautorizado por aquello de que el Papa es un ser humano más y que por lo tanto se puede equivocar en sus manifestaciones salvo cuando habla en ex cátedra, es decir en línea directa con Dios, justificando incluso que el uso del preservativo no tiene ninguna función profiláctica con argumentos basados en determinadas encíclicas como Humane vitae, sin ningún tipo de rigor científico o valoración empírica, siendo su único sustenta la fe.

No es una novedad que siempre han existido dentro de la Iglesia como dentro de cualquier organización iluminados que parecen creerse en posesión de la verdad absoluta, y que sabemos donde han llevado al mundo en determinados momentos históricos, pero cuando dicha verdad se asienta en un juicio de valor condenado a las penas del infierno a quienes no comulgamos con este tipo de vida llamándonos hedonistas, pecadores, poco respetuosos con la mujer aunque se trata de relaciones consentidas, asemejando ciertas conductas relativas a la orientación sexual de la persona a una herejía; cuanto menos es, como dice el refrán “sacar los pies fuera de las alforjas”, sobre todo, porque siguiendo con su propia doctrina están adoptando una conducta contraria a la que Jesucristo puso en marchar según sus propios evangelios cuando criticó la condena de los sanedrines de lapidar a una mujer por su conducta libertina, diciendo aquello de: “quién no tenga pecado que arroje la primera piedra”, protegiéndola al dejarla libre  por ser el juicio divino y no el de los hombres, vestidos o no con sotanas como aquellos que la condenaron, el verdaderamente válido.

Es cierto que nos encontramos en un momento histórico y social en que las costumbres y valores que siempre han hecho grande al ser humano cada vez son más relajadas, con defensa de posturas cada vez más radicalizadas y encontradas,  con una adaptación cada vez mayor a una moral de situación que cambiamos según nos conviene para amparar  determinadas conductas de por injustificables, siendo una muy habitual la de justificar una mala acción o conducta personal en el hecho de que los demás también lo hacen.

Pero, el crecimiento del ser humano no puede conseguirse o basarse en el castigo propio de épocas pasadas donde el poder de Dios se presentaba como una reacción de ira contra la inmundicia humana, condenando al fuego, y no precisamente al fuego eterno del infierno, sino a morir quemado en una hoguera en el cadalso ubicado en la plaza pública a quienes no acataban los mandatos de Dios y de la Santa Madre Iglesia por un juicio divino a través de hombres como la Santa Inquisición del medievo. Todo lo contrario, el crecimiento humano debe basarse en el propio convencimiento de que las cosas deben hacerse dentro de un orden sino queremos llegar al caos; aspecto que cada uno se administra de la forma que cree más conveniente, algunos acercándose o practicando una determinada religión, otros siguiendo una determinada línea de pensamiento filosófico y, otros, intentando simplemente ser buenas personas, que no santurrones o beatos de velo negro, en sus relaciones con los demás.

“el crecimiento del ser humano no puede conseguirse o basarse en el castigo propio de épocas pasadas donde el poder de Dios se presentaba como una reacción de ira contra la inmundicia humana, condenando al fuego, y no precisamente al fuego eterno del infierno, sino a morir quemado en una hoguera en el cadalso ubicado en la plaza pública a quienes no acataban los mandatos de Dios “



Menos mal que dentro de la Iglesia personas como este Obispo vienen a ser una excepción, y no porque nos importe a algunos que la Iglesia sea más o menos buena como institución, sino porque personas como ésta lo único que buscan es crear polémica de forma gratuita y una confrontación innecesaria entre líneas de pensamiento contrarias que, en caso de resultar inapropiadas por el efecto negativo que pueden ocasionar en la sociedad corresponderá juzgar a los jueces de este mundo y no a jueces como este obispo, investidos de no se qué poder divino.

Dicho de otra manera, si juzga que juzgue a sus propios seguidores, porque el que lleve sotana y ciertos galones de poder dentro de la organización eclesiástica no le da ninguna autoridad para juzgar públicamente al resto del mundo y mucho menos cuando lo hace fuera del amor al prójimo que ellos mismos predican,  como un poder acusador investido de fuerza divina.

 Estas personas, cuyo sueldo pagamos  los españoles creyentes o no, no sólo con fondos proveniente de una parte de lo recaudado del IRPF de aquellos que voluntariamente marcan con una “x” su deseo de contribuir al sostenimiento de los gastos de la iglesia católica, sorprendente dentro de un estado aconfesional, sino también de ciertas partidas presupuestarias independientes, que no están mal en cuanto a su labor asistencial institucionalizada en nuestra sociedad; deberían ser conscientes de la transcendencia de sus propias palabras  que en vez de contribuir a la tolerancia y al amor fraternal  entre los seres humanos buscan más  la confrontación basada en un hedonismo personal de lucimiento y autoridad superior sobre el resto de mortales, creyentes o no.

En definitiva quién es la Iglesia para juzgar a quienes no pertenecemos a ella lo hagan o no intra muros, sobre todo creando una conciencia social entre sus adeptos que a lo único que conduce es al rechazo e estigmatización social de los no creyentes o practicantes, sin que valga el argumento de que si no eres católico no te debe importar sus reglas de juego, pero si nos importa a muchos cuando ese juicio les confiere una autoridad moral de rechazo y de confrontación que, por su poder de manipulación voluntaria o no, transciende fuera de la propia institución.

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