EL CONSENTIMIENTO INFORMADO

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De primeras me sentí preocupado, he de reconocerlo. Después ya no tanto. Finalmente reflexioné y he llegado a la conclusión de que alguien quiere encaminarnos a un mundo policial, a un mundo en lo que todo lo que se pueda decir o hacer puede estar bajo sospecha y debe de ser aplazado hasta que pase varios filtros que puedan verificar que lo que se pretende decir o hacer es políticamente correcto y no ofende a alguna minoría preponderante cuyas reivindicaciones estén por encima de la espontaneidad, de la idoneidad e incluso de la cotidianeidad.

A mí, a un mundo así, que no me apunten. Yo me bajo. Un mundo en el que todo esté medido, en el que no tengan cabida la pasión, la ironía, la espontaneidad… ¡que espanto!

Y no ha sido una sola persona, aunque he de reconocer que la vicepresidenta del gobierno ha llegado a la sublimación de las ínfulas represivas tan queridas por ciertos sectores políticos afectos a la imposición por la ley de aquello que no saben conseguir por el camino más largo e incómodo de la educación, no, han sido varias y en diferentes ocasiones. Es como si la llegada de Pedro Sánchez al gobierno hubiera desatado ciertas furibundas reivindicaciones a las que nadie tiene derecho a oponerse. Ni siquiera a matizar o contextualizar. También se lo podemos agradecer a los componentes de cierto grupo de imbéciles con nombre de grupito animal cuya actuación demuestra su falta de hombría y su bajo criterio moral.

Ayer mismo, y en un programa de radio, cierto activista político se negó a considerar una pregunta porque contenía la expresión “bajarse los pantalones” que él consideraba como ofensiva para el colectivo LGTBI. Antes topábamos con cierta frecuencia con la Iglesia, ahora topamos con más frecuencia de la deseable con ciertos colectivos radicales que intentan imponernos su moral y criterio con las mismas herramientas que la Iglesia en el pasado. Pero la expresión “bajarse los pantalones” no tiene una connotación sexual, si no que se refiere al valor, o, para ser más exactos, con la capacidad de sostener una convicción personal de quién lo hace. Cuando alguien se baja los pantalones lo que hace es someterse a otro, u otra, u otros, cediendo en lo manifestado anteriormente. Esta actitud de sometimiento viene heredada del mundo animal, donde sí puede tener ciertas connotaciones de tipo sexual, pero no veo yo, de momento, a estos activistas, montándole una bronca a un animal que ante una confrontación expresa su sometimiento. No creo que el animal en cuestión se sometiera a la arenga. Ni al activista que a lo mejor más que sometido acabaría dañado. Aunque, y dada la sublime altura moral de estos personajes iluminados, siempre queda la opción de prohibir la contemplación del reino animal en ninguna de sus variantes: reportajes, reservas o mundo libre.

Respecto al tema de las declaraciones de la vicepresidenta solo puedo decir que es difícil expresar peor algo en lo que todos estamos, debemos de estar, de acuerdo. La agresión sexual, en realidad cualquier violentamiento de la voluntad de una persona mediante la fuerza, debe de ser algo que todos rechacemos con absoluta vehemencia, pero desde la convicción, desde la absoluta asunción del criterio moral que lo impida. ¿Estoy diciendo que sobra la ley?, no. Jamás se me ocurriría en un mundo en el que existen individuos que se consideran más y mejores cuanto más puedan violentar a los demás, y no solo en el terreno sexual, y no solo a las mujeres, aunque esta parte del todo es la que ahora más se visibiliza, y sobre la que más se nos sensibiliza.

“Jamás se me ocurriría en un mundo en el que existen individuos que se consideran más y mejores cuanto más puedan violentar a los demás, y no solo en el terreno sexual, y no solo a las mujeres, aunque esta parte del todo es la que ahora más se visibiliza, y sobre la que más se nos sensibiliza.”


Estas declaraciones de la vicepresidenta, todo el trasfondo que no se expresa pero que queda expresado, nos llevan a suponer que la pasión de un encuentro fortuito, la entrega mutua y a veces semiconsciente de una relación sexual inopinada, el maravilloso juego de la seducción y el coqueteo, deben de quedar proscritos porque en muchos casos son mentirosos y en otros tan espontáneos que no dan opción a plantearse la conveniencia, la aquiescencia o su asunción a posteriori.

La verdad es que a mi toda esta historia ya me pilla con una cierta edad, con esa cierta edad en que la que las pasiones tienden a ser más contemplativas que operativas, pero eso no evita que, precisamente por esa cierta edad, toda esta historia me dé un tufillo, en realidad una peste, a chantaje moral, a pensamiento único y a pérdida de libertades individuales.

No puedo evitar imaginarme un escenario en el que un hombre y una mujer, o dos hombres, o dos mujeres, o varios en combinación cualesquiera, se sientan impelidos febrilmente a una relación sexual con carácter de urgencia. Llegado ese momento ambos, todos, o alguno tendrá que plantarse y revisar… medidas profilácticas, conforme, consentimiento informado de no menos de tres páginas que todo individuo debe de llevar consigo en previsión de la ocasión propicia donde se expliquen claramente: la filiación de los firmantes, prácticas sexuales que consienten y aquellas otras a las que se niegan fehacientemente, duración estimada, palabra clave pactada para interrumpir inopinadamente el consentimiento, firma de al menos un testigo no participante que garantice la voluntariedad real de los intervinientes, día, hora y lugar en la que tendrá lugar el acto. Faltaría la póliza, pero es que no se lleva, al menos de momento. Yo no sé a ustedes, pero a mí ya se me han quitado las ganas.

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