LAS PANACEAS

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Quizá las y los más jóvenes  no hayan vivido la botica de la abuela, pues los que ya tenemos cierta edad, algunos de mis colegas ya son abuelos, ya  hemos perdido la destreza de aprender de la naturaleza.

Permítanme que rememore a aquellas abuelas nacidas en la primera treintena del siglo pasado, sobre todo aquellas nacidas en núcleos rurales, de como tenían un montón de tarros, algunos pocos de cristal y el resto de cerámica o barro, llenos de hierbas, cada una un remedio para una dolencia.

Hay una que sigo recordando de manera especial por lo curioso y hasta simpático de su nombre, me refiero al  “Gordolobo”, que servía para los catarros, bronquitis, dolor de garganta…, vías respiratorias en general, y a la que yo ponía como etiqueta la imagen que su nombre literalmente representaba. Quizá también la recuerde porque era la que más utilizaba mi abuela conmigo, pero de entre todas las hierbas también me acuerdo, aunque no de su nombre, una que era la panacea para todo, creo, sino recuerdo mal, que era una mezcla de varias.

Insisto, hemos perdido la destreza de saber leer y aprender de la naturaleza, ahora si queremos un remedio natural nos vamos a nuestro herbolario de confianza y pagamos lo que nos pidan por esa hierba que necesitamos porque la tienen que traer de no se que pueblo del Nepal. No sabemos estar ni disfrutar de la naturaleza y menos saber coger lo que nos ofrece para nuestro bienestar pero, aún peor, en vez de devolverle el favor la castigamos abusando de sus recursos. Pues bien, igual que ocurre con las panaceas que algunos buscamos en la fitoterapia, sucede con la vida en general.

No se a quien se le atribuye una frase que dice: “nos pasamos media vida pensando en el pasado y la otra media planificando el futuro y nos olvidamos de vivir el presente”. Así somos los seres humanos, lamentándonos de lo que deberíamos haber hecho en el pasado o de lo que pudimos hacer mejor, de nuestros errores, de nuestros desaciertos o añorando esos momentos felices, presumiendo de lo que fuimos para nuestra vanagloria, no para servicio de los demás. Pero, aún peor, es la otra tarea que ocupa la otra media vida restante, la planificación de todo o casi todo lo que nos rodea sin darnos cuenta que ni siquiera tenemos la certeza de si viviremos en la próxima media hora. Eso por poner un espacio suficientemente amplio, dejando, como así es,  la muerte súbita a una minoría.

Que trabajo y esfuerzo perdido que agotamiento en tener todo controlado. De acuerdo que debe existir un mínimo control de las cosas, no todo se puede dejar al arbitrio del futuro, al movimiento de los astros o a lo que “Dios quiera”, pero de ahí a querer controlarlo todo hay un paso significante, además de ser una labor, no tanto heroica como imposible. Como igualmente lo es buscar una panacea a todos nuestros problemas, a nuestra existencia, algo que nos de la felicidad o al menos una paz interior.

 

“Que trabajo y esfuerzo perdido que agotamiento en tener todo controlado. De acuerdo que debe existir un mínimo control de las cosas, no todo se puede dejar al arbitrio del futuro, al movimiento de los astros o a lo que “Dios quiera””

Por desgracia para ellos, hay muchas personas que funcionan de esta manera, buscando la felicidad, no solo en casas o puertas ajenas, sino también en sospechosos estilos de vida, pseudociencias, pseudoreligiones, o simplemente ciencias o religiones, cuando la mayoría de las veces la solución la tienen a su alcance y no se dan cuenta.

Posiblemente si esto lo firmase un doctor en psicología, como algún colaborador habitual de este medio, ustedes le otorgarían un mayor grado de solvencia respecto a lo que se esta analizando o se pretende analizar que es nuestra propia felicidad, y le prestarían más atención y hacen muy bien. Pero un servidor que no es doctor de nada, ni pretende serlo, solo  un simple aprendiz de los demás, he aprendido de la subjetividad de la felicidad.

Cierto también es que salvo que se trate de una simple opinión, y aún así, es necesario documentarte antes de hablar de algo, tanto para someterlo a una crítica positiva como a una mordaz. Pero en este caso no es así, no necesito fundamentar nada porque respeto “absolutamente” la libertad del individuo y dentro de esa libertad la opción de elegir el camino o los caminos que considere más adecuados a lo largo de su vida.

También sería que cualquiera de nosotros intentásemos influir en la decisión de los demás en la elección de su modo de vida. Solo decidles, que cuidado con los charlatanes, algunos con título oficial, colegiados y con consulta abierta al público, que les prometen panaceas para solucionarles su vida o para encontrar esa  pretendida felicidad. Insisto, los años me dan la confianza de poderles contar que en momentos de auténtica desesperación he intentando buscar cualquier remedio, y la mayoría por no decir todas,  me he equivocado. Hay que ser muy concienzudos cuando se trata de nuestra salud, incluida la mental o emocional.

¿Qué es la felicidad?. Creo no equivocarme si afirmo que casi todos y todas nos hemos hecho esta pregunta alguna vez. Además de las definiciones tan respetables que cada uno de nosotros o nosotras podríamos dar, aparte de los numerosos ensayos y estudios filosóficos, psicológicos, antropólogos, teológicos y todas aquellas ciencias o creencias que tratan de la conducta humana o la tocan aunque sea de soslayo, incluso de la divina, creo coincidir con la mayoría, que la consideran como un estado, no como una imposición, tratándose además de un estado efímero. Algunos con un sentido más poético que el mío lo definen como “un estado, un fluir, un instante que nos regala la vida en su nombre, en cualquier momento y en cualquier circunstancia”.

Puede parecer raro que alguien encuentra la felicidad en el cumplimiento de ciertas obligaciones, como en el desarrollo de su trabajo habitual; otros y otras la encuentran en sus obras sociales, de caridad o de servicio a los demás pero las hay también quienes la buscan en la paz de su espíritu, en la soledad, disfrutando de un bello atardecer o de un cielo lleno de estrellas. Cada uno hacemos lo que podemos para administrar nuestras emociones intentando alargar esos momentos lo máximo posible, lo cual en muchas ocasiones, tanto estirar hace que se rompa y pierda la magia que la dota de ese alma que la hace exclusiva y diferente. Aunque el verdadero problema es cuando entramos en la insatisfacción de lo que hacemos muchas veces al haber convertido en rutina lo que en día fue un remanso colmado de felicidad

Permítaseme que traiga a cuento una frase del novelista ruso Leon Tolstoi, que dice:“Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”. Es verdad, es algo tan fácil como vivir, pero viviendo lo bueno y lo malo, no intentando medicar nuestros sentimientos o emociones, no utilizándolas nunca para obtener el consuelo de los demás la lastima o buscando la solución en ellos, sino todo lo contrario, asumiendo y aprendiendo tanto de lo bueno como de lo malo, siendo benévolo con los errores cometidos en el pasado, pero sobre todo teniendo en cuenta otra frase ajena, en este caso del polifacético Jean-Paul Sartre, filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo y crítico literario francés, que asegura que la “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”.

Pero también, siendo consciente que el día tiene veinticuatro horas y que dentro de ese tiempo debemos poner en orden nuestra actividad dando prioridad a lo que realmente sea más apremiante y necesario y así en línea descendente. Con ello nos daremos cuenta que determinadas menudencias nos quitan demasiado tiempo pensando como resolverlas cuando ni siquiera han llegado a convertirse en un problema que solucionar y teniendo en cuenta, además, que dentro de ese tiempo debemos dejar un tiempo de reposo para nuestro cuerpo y espíritu pero también para disfrutar de aquello que nos gusta.

No sirve para nada globalizar nuestros problemas, sino solo para enquistar nuestras emociones y no salir de ahí.

“… siendo consciente que el día tiene veinticuatro horas, y que dentro de esas horas debemos poner en orden nuestra actividad dando prioridad a lo que realmente sea más apremiante y necesario y así en línea descendente, con ello nos daremos cuenta que determinadas menudencias nos quitan demasiado tiempo pensando como resolverlas cuando ni siquiera han llegado a convertirse en un problema que solucionar”

Ahora bien, si hay algo que realmente da la felicidad es intentar ser mejores cada día, viviendo el día de hoy como si realmente fuese el último que nos tocase vivir, puliendo nuestra existencia en este vertiginoso ir y venir de emociones, limando los errores cometidos, no solo en busca de nuestra felicidad sino también de los demás. Y tengan en cuenta que las panaceas no existen, no pierdan más tiempo en buscarlas, ni intentando hablar con los nomos que hay debajo del árbol de su jardín. Si necesita un profesional, búsquelo, pero uno de verdad, déjense de esoterismos, estrellas y dioses del Olimpo, o de no se sabe que falsas creencias e ideologías de iluminados.

 

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