EL DIVÁN DE MI VECINA. LA GENTE DECENTE

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 He decido dar un tiempo de descanso a mi alma en busca de la paz, motivo por el cual debo abstenerme de entrar al trapo como mi vecina dándole cancha para su crítica política, puesto que, ante su incapacidad de ser un poco objetiva y no siempre inclinar la balanza hacia el lado derecho; he decido ponerme moreno y tomarme unas mañanas de asueto para ir a la  piscina municipal, así también, además del bronceado, muevo un poco mis músculos entumecidos por la vida tan sedentaria que me esclaviza; y he aquí, como resulta difícil que fuese de otra manera por ser la única piscina del barrio,  me encontré con mi vecina.

Me acerque a ella para saludarla, pensando en la mala suerte de coincidir ambos, tuve que forzar mi sonrisa para que no se me notara lo que realmente pasaba por mi cabeza y tras intercambiar dos o tres palabras interesándonos el uno por el otro, me apresuré a  buscar un sitió donde estar cómodo.

Esa mañana había madrugado con el fin de coger una tumbona en la que estar cómodo, pero mi vecina se había adelantado e igual que ella un montón de padres y madres de familia con el fin de reservar no sólo la mejor parcela dentro del recinto, sino también, un montón de tumbonas para que los miembros de su familia menos madrugadores tuviesen disponible una de ellas cuando decidieran bajar a darse el chapuzón que, más que mañanero, estaría en esa franja horaria en que los relojes pasan de “am” a “pm”, o lo que es lo mismo en el momento en que suele diferenciarse la mañana de la tarde. De manera que, todo mi gozo en un pozo por no encontrar ni una sola tumbona, mientras muchas estaban vacías con una sola toalla o una mochila encima, y que cansado a preguntar sobre su posible uso recibía  la misma respuesta: “esta reservada” o “esta cogida”.

Mi vecina se había percatado de mi búsqueda infructuosa de la tumbona perdida y, de la misma manera que suele invitarme a sentarme en el diván de su casa cuando quiere hablar conmigo o meter los perros en danza para estimular mi conversación, me ofreció una de las tumbonas que, como he dicho, había reservado para  algunas de sus amigas que todavía no habían llegado. Hubo un momento de dudé siendo consciente de que estar al lado de ella lo normal es surgiese lo que yo trataba de evitar.

Como no, el tema de la semana no podía ser otro que la comparecencia de Rajoy en la Audiencia Nacional para declarar en calidad de testigo sobre el caso Güertel, eso sí, reconduciéndo la culpa a los medios de comunicación y la izquierda del país, como promotores o causantes de la misma, al sacar a relucir los trapos sucios que, en todo caso,  según ella, deberían lavarse en casa, porque la judicialización de la política lo único que hace es crispar los ánimos de la “gente decente” y estimular la confrontación social.

El invite por su parte, como es normal, causo en mi la merecida contestación en defensa de lo que consideraba justo que, no es otra cosa que, quien la haga que lo pague, y que si alguien roba, lo suyo es que sea juzgado como lo que es, como un ladrón . Y como no quería dejar nada en el tintero le pregunté a quién quería referirse cuando habla de “gente decente”. “¿Quiénes vamos a ser?”, contesto ella, parecía que en imitación al interrogatorio del día anterior al presidente del gobierno que, como buen gallego, además de sus amnesias y desvergüenzas respondía con una pregunta. “Gente como tú y como yo, como todos los que estamos aquí”, concluyó, quedando tremendamente satisfecha.

“causo en mi la merecida contestación en defensa de lo que consideraba justo que, no es otra cosa que quien la haga, que lo pague, y que si alguien roba lo suyo es que sea juzgado como lo que es, como un ladrón”


Con la soberbia que nos caracteriza a casi todos los seres humanos, a unos más que otros, por supuesto, me pregunté si realmente yo estaba entre esa misma gente decente que había ocupado todas las tumbonas de la piscina para sus amigos y familiares que todavía no habían logrado desprenderse de las sábanas; y me di cuenta que sí, que era igual que todos ellos, me terminaba de acordar que mi coche lo había aparcado entre otros dos, ocupando todo un sitio que podría haber servido para que aparcase otro más. Ahora bien,  me considero más decente que quienes presumiendo de ello sólo ven la indecencia de los demás,  y mi vecina siempre la ve en los mismos. Precisamente, no en los que son de su color.

 
 

1 COMENTARIO

  1. Yo también me considero menos indecente que otras personas con las que coincido en la vida diaria.Me explico.El hecho de tener una determinada ideología,no te exime de realizar el esfuerzo de intentar analizar tantos acontecimientos deleznables ,amorales y poco éticos como son la corrupcion y saqueo de las arcas publicas de nuestro pais.Salpica y toca de lleno a politicos de distintas ideologias;sin embargo cuando se trata de buscar culpables se echa la culpa al de enfrente,segun sea las simpatias que sienta el interlocutor,imitando a su lider en cuestión.Creo que ese es una de las señas de identidad mal entendida del ciudadano de a pie,ser como un burro con orejeras,aplicando además el famoso y certero refran “ve una aguja en el ojo ajeno,y no una viga en el suyo” y así estamos como estamos, sin llegar a ninguna parte.Aplicando(eso si,no por todos,menos mal) aquello de mas vale malo conocido que lo bueno por conocer.

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