UN PROBLEMA DE ESTADO CON UNA ÚNICA SOLUCIÓN

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Me he resistido estos meses a añadir algo a la discusión sobre el mono-tema del conflicto catalán. Me ha podido la desidia ante tal cantidad de supuestos expertos que han dado su opinión, tanto sobre las causas del mismo como sobre sus posibles soluciones. Expertos que en la mayoría de los casos, como no podía ser de otra manera en este país nuestro, encontramos en las tertulias televisivas y en las columnas de opinión unidireccionales de la prensa escrita. Ha llegado ya un punto en el cual ya uno no sabe que más añadir al debate, ni que argumento más aportar. En primer lugar por la gigantesca polarización que ha producido el debate en la sociedad española, habiéndose creado dos bloques supuestamente antagónicos: el constitucionalista y el independentista. Y en segundo lugar, y relacionado con lo primero, por la imposibilidad casi de poder añadir nada nuevo a ese debate sin ser tachado de pertenecer a uno u otro bando.

Los estudiosos de la argumentación estarán frotándose las manos ante la creatividad de los debatientes, quienes están siendo capaces de llevar la falacia ad hominem a la quinta esencia. Sobre todo a través de una derivación de esta, la falacia de la culpa por asociación, por la cual todo lo que digas si ya ha sido dicho por alguien de alguno de los dos bandos -o si es algo que “favorece” a unos u a otros- automáticamente te convierte en un soldado raso del ejercito de voceros de la facción de turno -y por tanto, tu argumento queda completamente destruido-. ¿Qué no eres independentista pero crees las cargas policiales durante el referéndum deberían ser investigadas? No, no. Te estas engañando. Tú eres independentista y no lo sabes y con tus palabras sólo estás alimentando el conflicto y dándole alas al independentismo. ¿Qué no eres constitucionalista pero crees que la solución al conflicto implica que ambas partes negocien una reforma en el Congreso? No te engañes. Tú eres un conservador y fascista encubierto que conspira contra el pueblo de Cataluña.

Si a esto le sumamos el hecho de que todos los días tenemos a un ejército de falsos expertos -léase tertulianos- comentando lo primero que se les viene a la cabeza sobre el problema; las banales informaciones y anécdotas cotidianas sobre la cuestión que son amplificadas por los principales medios de comunicación; la falta de soluciones serias  -o de capacidad para explicarlas bien a todos– por parte de los diferentes actores políticos de todo el espectro; la falta de argumentos y soluciones de expertos en la esfera pública -los cuales existen, pero no tienen ni de lejos la misma cobertura que las divagaciones de nuestros queridos tertulianos-; y le sumamos además el gran deporte que hemos instaurado en España de opinar de absolutamente todo tema cual hooligans en un partido de futbol, tenemos el cóctel perfecto para evitar que en efecto se llegue a algún tipo de solución realista al problema.

Tampoco ayudan a buscar una solución ninguno de los dos bloques. La estrategia de los independentistas no es otra que ganar el pulso al Estado a través de una vía unidireccional (la proclamación de la republica catalana) basada en la persuasión, a base de repetir una y otra vez un relato sobre la supuesta situación de sometimiento de Cataluña al resto del Estado. Sin duda una táctica efectiva: es difícil acabar con un conflicto como el catalán cuando has convencido a gran parte de la población con discursos tan grandilocuentes como falsos. Y ahí es donde está el error de quienes pensaron que con la aplicación del 155 se conseguiría algo: con él solo acabas con parte del problema (una Generalitat y Parlament fuera de control), pero no con su base. Esto último es bien palpable en los resultados de las últimas elecciones autonómicas.

Por mucho que se celebre el triunfo de Ciudadanos como el partido más votado se deja de lado el dato más importante: los independentistas siguen manteniendo básicamente el mismo apoyo, y el equilibrio de fuerzas es prácticamente el mismo. Se ha repetido mucho que no se puede resolver esto a traves de la justicia, porque es un problema político. Pero en el fondo esto no es ya un problema político. Ha sido un problema político que ha crecido hasta convertirse en un problema social, una mala hierba a la que se le ha dejado crecer bajo la mirada indiferente del Gobierno -e incluso con su ayuda como abono- De ahí que las lamentaciones de parte del bloque constitucionalista -en especial las de PSOE y PP- sean cuanto menos pura hipocresía. Sin lugar a dudas los independentistas han producido el choque de trenes al proclamar la independencia. Pero no hay que olvidar a quienes durante tantos años asentaron los raíles sobre los que se han apoyado los independentistas. De todos los partidos quizás el que mejor haya señalado -indirectamente- el verdadero origen del problema haya sido Ciudadanos en aquella famosa intervención en el Congreso sobre el cupo vasco, sacando a la palestra una situación realmente paradójica. Uno de los argumentos del bloque nacionalista, y en especial del PP, es la defensa de la igualdad de los españoles, la cual habría sido rota por unos independentistas que en base a una identidad -la catalana- buscan escapar de unas leyes “impuestas” por el Estado español a través de la creación de uno propio. Y no les falta razón: precisamente el nacionalismo se basa en la explotación de las diferencias para justificar privilegios. Pero en boca del PP este argumento peca de hipócrita. De hipócrita porque no se puede defender la igualdad de los españoles como argumento contra la independencia a la vez que se permite -y ha permitido en el pasado- que dos comunidades autónomas -País Vasco y Navarra- gocen de un sistema fiscal distinto a las del resto del Estado. Un sistema basado en una cuestión meramente identitaria; al fin y al cabo los derechos forales no son más que el reconocimiento de una diferencia. Diferencia entre regiones de España que socaba la igualdad de los españoles -puesto que ambas comunidades pueden disponer de más fondos que el resto- y que parece no preocuparle en exceso al PP -al igual que no le importó para lograr sacar los presupuesto generales a base de nutrir a Canarias de más fondos

 
 

Resulta difícil y poco creíble luchar contra el nacionalismo catalán en estos términos, cuando la política real y seria -encarnada por el bloque constitucionalista- no duda en mimar a aquellas regiones en las que partidos regionalistas -que en el fondo son igual que excluyentes que los nacionalistas- buscan el bienestar propio a costa del resto de las regiones del Estado. Más que un país nuestra Constitución parece haber creado una cómica comunidad en la que cada cual busca salvar su propio pellejo aunque sea a costa del vecino. Pero parece ser que es lo que pasa cuando creas una anomalía: un Estado hibrido, a medio camino entre el centralismo y el federalismo. En tierra de nadie. Y con todos los problemas de ambos modelos de Estado.

“Más que un país nuestra Constitución parece haber creado una cómica comunidad en la que cada cual busca salvar su propio pellejo aunque sea a costa del vecino 

En el programa de Salvados “café para nadie” -haciendo parodia de esa famosa frase del “café para todos”, acuñada para señalar el Estado de las autonomías- José Bono criticaba no sólo lo que él consideraba una desfachatez -tener 17 “estados” dentro del propio Estado y con estructuras duplicadas-, sino también lo que consideró una malinterpretación de la carta magna. Como señaló, la posibilidad de crear comunidades autónomas en la Constitución se estableció pensando en las denominadas nacionalidades históricas -lo cual no deja de ser gracioso cuando el auge de los nacionalismos y el propio término de nación surgieron en el siglo XIX, no antes-. Esto es, el diseño de la Constitución responde a la previsión de que sólo unas pocas regiones alcanzasen el estatus de comunidad autónoma; no a que lo hagan todas y cada una de las regiones. Si esto le unimos otra anomalía -que la circunscripción electoral esté fijada en la propia Constitución (y encima, a nivel provincial)- tenemos la situación perfecta para que surjan partidos regionalistas que hagan de los hechos singulares su bandera a la hora de lograr más privilegios -sobre todo cuando estos son tan importantes a la hora de apuntalar los gobiernos de esos partidos tan pro-igualitarios en lo que a derechos entre ciudadanos se refiere-

De ahí que no deje de ser sorprendente que no se haya aún lanzado -o al menos no esté en el centro del debate- la que puede ser la única propuesta realista para solucionar el problema desde la raíz: aprobar la reforma de la Constitución y convocar elecciones a cortes constituyentes para redactar una nueva. Pero aquí nos topamos con otro problema que muestra el ensimismamiento nacionalista de ambos bloques. La semana pasada salió en todos los medios la broma de Tabarnia, la zona histórica ficticia con la que se pretendía hacer burla del nacionalismo. Y sin duda es muy efectiva. Como bien relata Denís Vaillo Sanchez en Playground “las naciones son simples marcos mentales, comunidades imaginadas o creaciones conscientes por parte de individuos que las han elaborado y revisado con el propósito de dar sentido a un proyecto social y político”, de ahí que “la reducción al absurdo que va de Catalunya a Tabarnia (…) resulta en una discusión sobre la metafísica de las naciones, que termina negando la existencia de la nación catalana” Pero no es menos cierto que este argumento es un boomerang que afecta a aquellos que usan la misma lógica a la hora de oponerse a una reorganización territorial del Estado. Como señala Denís “su carácter quimérico solo puede ser un problema para quien asume una concepción objetiva del hecho nacional, sustentada una patriotismo robusto que defienda la unidad territorial y cultural de un país en términos esencialistas” Precisamente esta está siendo la postura de un bloque constitucionalista que asume un hecho -el de la unidad de España- como incuestionable en base al mismo tipo de argumentos esencialistas que los esgrimidos por la Generalitat. No voy a ser yo quien defienda que España ha de descomponerse, ni mucho menos. No es un objetivo deseable el que Cataluña -o cualquier otra comunidad- se marche. Pero no es menos cierto que asumir hemos de estar juntos porque “España” es así y lo ha sido por los siglos de los siglos no es ni de lejos un argumento con el cual hacer avanzar este país. De hecho la misma forma de decirlo me plantea ciertas suspicacias. Desde el bloque constitucionalista -y en especial desde la derecha- no se para de repetir que los catalanes están atacando la unidad de España, que quieren irse de España. Pero esta forma de decirlo esconde precisamente el problema que Denís señalaba: los catalanes no están atacando España, están atacando al Estado español. A su Constitución. Al marco de convivencia común establecido en 1978. Un marco emanado del pueblo, creado, diseñado, transformable. Seguir diciendo que están atacando “España” sólo refuerza ese argumento nacionalista y esencialista según el cual nada puede ser modificado porque las cosas siempre han sido así. Ese argumento que impide ver -y aplicar- cauces de acción que solucionen verdaderamente el problema.

Cortes De Cadiz Copia
Cortes de Cadiz 1812

Si como españoles seguimos asumiendo ciertos temas como intocables en base a este tipo de argumentos no sólo le estaremos siguiendo el juego a los independentistas, sino que tampoco lograremos avanzar en este proyecto nacional que hemos llamado España. El conflicto catalán

ha provocado una crisis de convivencia en el Estado que sólo puede ser superada a través de la discusión de la norma básica que rige este país. Difícilmente se superará recurriendo a la retórica, apelando a las leyes. Quizás cuando el bloque constitucionalista entienda que la patria la forman el Estado y las personas que se encuentran bajo el mismo -y no una esencia nacional de lo español- logremos acercarnos a una solución real al problema.

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